A Los Punsetes siempre les ha encantado ejercer como los más irredentos, sarcásticos y mordaces del lugar, pero ahora resulta que la indómita formación madrileña, esa que no se detiene a la hora de pisar los charcos y los callos, también tenía su corazoncito. Por eso la celebración de su vigésimo aniversario como banda, un acontecimiento tan biológico y desprovisto de épica, sirve de excusa para llevar a la práctica el primer gran episodio burgués en su currículo, un doble elepé que sirve para que una veintena de grupos amigos recreen algunas de sus mejores canciones y se entreguen a la práctica del homenaje, el abrazo, la complacencia y la zalamería.
El brindis es, en suma, un ejercicio que casa mal con el ideario punsetero, pero Ariadna Paniagua, Jorge García, Anntona y compañía hacen bien en incurrir en algo tan humano como las contradicciones. Porque las efemérides siempre son una excusa estupenda a todos los efectos, no solo los que dicten los responsables del área de mercadotecnica, y el cancionero del quinteto ha alcanzado ya unas dimensiones lo bastante extensas e imponentes como para que merezca la pena este ejercicio de recopilación y reinvención, estupendo para entendidos y neófitos: a los primeros les encantará comparar original y copia, y los segundos correrán al encuentro de muchas de las grabaciones primigenias, así que todos salimos ganando.
Habría sido un detalle, ya puestos a sugerir, que nuestros protagonistas hubiesen aprovechado su mando en plaza en el sello Sonido Muchacho, cada vez más atractivo y poderoso, para ordenar unos créditos mínimamente generosos con sus invitados, a los que no se les dedica una triste línea en la carpeta. Ni a ellos ni a casi nadie: más allá de la cantinela de agradecimientos a las escuderías discográficas que han facilitado los permisos, el texto se limita a mencionar el nombre del ilustrador (Berto Fojo), el técnico del máster y un ínfimo “Muchísimas gracias a todos los participantes”. Mucho superlativo y muy poco de todo lo demás, cuando la integridad se demuestra, como el movimiento, andando.
Habría sido de justicia, para el propio repertorio y sus 21 reinventores, una plasmación de músicos, lugares de grabación y demás información básica, sobre todo porque la lista de involucrados es muy notable y no se limita solo a los compañeros de escudería, desde Carolina Durante a Surfin’ Bichos, Triángulo de Amor Bizarro o Sidonie (¡pedazo de nuevo fichaje!), sino que recala en otros muchos nombres dispares, desde el perfil alto (Alizzz, Soleá Morente o Los Planetas, muy entonados en Tu puto grupo) a autores en apariencia muy alejados de la geografía Punsetes (Verde Prato, Fino Oyonarte) y jovenzuelos que les habrán escuchado, sí o sí, desde la más tierna infancia: Aiko El Grupo, La Paloma o Menta, con una cantante, Cristina Mejías, que a ratos podría pasar por trasunto de Paniagua.
El resultado final es inevitablemente diverso y disperso, pero favorecedor. Hay enjundia en la obra de Los Punsetes, y eso se traduce en poso, legado y eclecticismo. Para eso están Joe Crepúsculo, sacándole aún más punta a Maricas, o Hidrogenesse, empeñados en que Mono y galgo se vuelva un paisaje de hieratismo electrónico. Y que viva siempre la incorrección política, solo faltaba.