Pocas veces un título tan breve puede resultar tan elocuente y definitorio sobre el contenido que alberga. Psychedelic Rio es exactamente eso, una invitación del septuagenario, incombustible y permanentemente imaginativo guitarrista Vinicius Cantuária a que incorporemos sonidos distorsionados y misteriosos a la genética sonora brasileña representada tanto por temas propios como a través de clásicos ajenos de las dimensiones de É preciso perdoar, de Alcyando Luz y Carlos Coqueijo, y el irrefutable Insensatez de Tom Jobim. El resultado es una colección breve y emocionante, intrigante pero accesible, hermosa y más seductora que perturbadora. Ecléctica desde la fidelidad a una trayectoria que, después de los años al frente de O Terco, Cantuária viene protagonizando como artista en solitario desde hace ya más de tres décadas.

 

Natural de Manaos, pero crecido en Rio de Janeiro y afianzado en las calles de Brooklyn, Vinicius abarca en su cerebro un mapa sonoro de tanta diversidad que incluso con este formato razonablemente sobrio de trío obtiene un resultado riquísimo. El mejor ejemplo de esa psicodelia sobre la que alerta el título aflora ya en el corte inicial, Rio negro, escrito a medias con Caetano Veloso (pocas bromas) y salpicado de reverberaciones a la postre más líricas que perturbadoras. Ese universo experimental reaparece en Uirapuru, una apelación al misterio y a la esencia desde su propia temática, la de ese pájaro de la Amazonia que tan difícil resulta de contemplar y al que se rinde tributo con unos efectos de ambientes lisérgicos y unas percusiones tribales tan perseverantes que se vuelven absorbentes e hipnóticas. La coautoría en este caso corresponde al añorado percusionista Nana Vasconcelos, lo que demuestra que la agenda de Cantuaria nunca estuvo mal nutrida.

 

Los aliados principales del maestro son el tándem italiano que conforman el bajista Paolo Andriolo y el batería Roberto Rossi, que también se apunta a labores coautorales en la pieza final, Verde mata, una breve preciosidad de rítmica lenta y planeante en la que los solos, para afianzar el carácter plural de la obra, recaen en el bajo. Siempre hay un cierto filtro jazzístico en la mirada de Vinicius, tan dotado para la balada (Berlin) como para la evocación abiertamente nostálgica que sugiere Humanos. Y a su vez tan amigo de la melodía como para acertar con esa joya certera, Nossa estrada, que podríamos imaginar sin dificultades en la voz tierna y melosa de Roberto Carlos.

 

En el fondo, solo nos queda asombrarnos de que Vinicius Cantuária no haya logrado logrado acceder a un público más amplio y transversal a lo largo de este último medio siglo. Puede que a estas alturas Psychedelic Rio no cambie ya esas tornas, pero supone un viaje panorámico precioso y placentero por medio continente americano.

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