Esa suerte de hermandad que integran las angelicales Jess Wolfe y Holly Laessig comenzó siendo un delicado secreto entre las distinguidas élites del Berklee College, pero se encuentra ya, en apenas una década, a solo un paso de consolidarse entre la aristocracia del indie pop angelino con orígenes en Nueva York. Las refinadas y deliciosas armonías vocales de estas dos sacerdotisas afrontan este cuarto álbum con un refrendo notabilísimo entre compañeros de oficio muy cualificados; en particular, Roger Waters, que primero las reclutó para Is this the life we really want? (2017), su álbum de reencuentro después de un cuarto de siglo sin registrar nuevas composiciones en estudio, y más tarde las integró en su gira subsiguiente para que asumieran las imprescindibles voces femeninas pinkfloydianas. Aquel aldabonazo las consolidó, disparó su cotización y nos las presenta ahora como unas catalizadoras de influencias propias y ajenas asentadas en un lugar de reconocimiento, refinamiento y sofisticación. Porque Lucius permite disfrutarlas en un modo más expansivo y desinhibido, por más que las esencias folkies y campestres sigan esforzándose por asomar la cabeza, aquí y allá: sirvan Mad love (también Borderline) y Do it all for you como ejemplos respectivos para el segundo y el primer caso.

¿Dos artistas jóvenes, pero ya no tanto, a la caza de un público más amplio y ecléctico? Pudiera contemplarse como hipótesis plausible, pero Lucius tiene más visos de ser un álbum de liberación, sororidad y desparpajo en el que la genética indie se vuelve dominante frente al recesivo componente folkie. Y donde muchos cortes cobran otros vuelos gracias a esas pequeñas ayudas de mis amigos, que dirían los chicos de Liverpool: por estos surcos transitan desde pinceladas de sintetizadores espaciales o psicodélicos a guiños francamente inesperados al funk y la música más bailable, como en el caso de Gold rush.

Hay mucho de celebración festiva, y hasta diríamos que corporativa, en torno a la música como lenguaje, manera de vivir y catalizador incomparable de emociones propias de nuestra condición humana. De ahí la presencia de canciones que hablan de canciones (mientras el dinero «cada vez parece más verde y dónde queda la empatía cuando la necesitas», es hora de «escribir otra canción en otra tonalidad»: localíncelo todo en Stranger danger). Y por todo ello, sobre todo, la generosa presencia de colaboradores, cómplices y personalidades afines, una nómina preciosa de ese tipo de artistas que nos encantan aunque no acaparen titulares: desde Taylor Goldsmith (Dawes), precisamente en Stranger danger, al injustísimamente infravalorado Luke Temple (Do it all for you) y la aparición casi estelar de la cada vez más cotizada Madison Cunningham en Impressions, con su percusión narcótica y una melodía preciosa de voces permanentemente armonizadas.

Lucius es un disco mucho más expresivo que explosivo, una obra que crece con el tiempo, las escuchas y el reposo. Una obra a contracorriente: justo lo que más necesitamos, frente al ruido, la inercia y la apatía. Viva.

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