En el año que todos recordaremos como el de la gran eclosión de la mujer -y buena falta hacía, de una vez por todas-, la propuesta de Dizzy se eleva, nunca mejor dicho, como un delicioso ejemplo de serenidad lírica y ensoñadora. La propia portada, con la figura central de la cantante (Katie Munshaw) levantándose ya unos centímetros sobre el suelo, insinúa bien el carácter etéreo de esta colección impoluta, diez canciones irreprochables con el mejor “dream pop” que hemos conocido en la añada. Ojo, venimos de ver cómo Wolf Alice se convertían en inesperados triunfadores en el premio Mercury o de corroborar el arrollador estado de forma de Beach House, así que podemos estar asistiendo al mejor momento en lustros para este pop delicado y sutil, rico en evanescencias y con absoluto encanto narcótico. El de Dizzy, cuarteto de Ontario (Canadá) con una edad media insultantemente baja, cumple con todos los requisitos. Munshaw se rodea de tres hermanos, los Spencer, y los cuatro apuntalan el sonido con ayuda de Damian Taylor, uno de esos productores de moda que tan pronto se alía con Björk como se deja embaucar por el rock de pabellón de los Killers o Arcade Fire. Lorde se habrá echado a temblar con este álbum, que tiene algo de mágico: ¿soy solo yo el que ve en ese portada un homenaje a E.T., aunque sus cuatro protagonistas aún no fueran ni cigotos cuando Spielberg filmó las andanzas del marcianito? Abren la hipnótica “Stars and moons” y la no menos ambiental “Swim”, pero el equilibrio más perfecto entre melodía y preciosismo llega en la maravillosa “Bleachers”. Elizabeth Fraser se pondría a cantarla de muy buen grado.

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