Mark Oliver Everett acababa de cumplir 50 años y, contra pronóstico, se nos presentó como un hombre feliz. Con todas las reservas aplicables en un caso de misantropía como el suyo, claro. El caballero detrás de Eels nos sorprendía ya desde el título de este: Maravilloso, glorioso. Con los matices propios del personaje, por supuesto: la escuetísima ilustración de su portada esboza un avión que acaba de arrojar un racimo de bombas.

 

En realidad, el señor E. no sigue lejos de donde le habíamos dejado: cohabitando con sus demonios interiores (como el grueso de los mortales) y exorcizándolos a guitarrazo limpio y aullido pelado. Así revienten las yemas de los dedos o pongamos en apuros al otorrinolaringólogo.

 

Everett abandonó la barba de estilismo talibán, pero su aspecto de 2013 (chándal negro de Adidas, barba tupida y gafas oscuras, igual que sus cuatro compinches en los directos) tampoco es que garantizara un tránsito tranquilo por los aeropuertos. Certifica, eso sí, la predisposición del quinteto a sudar la camiseta. Se trata de un álbum que, desde Bombs away y Kinda fuzzy, se evidencia rupestre, furibundo, garajero, soliviantado. Con una voz que no deja de ser de ogro ni cuando E. aminora la velocidad: On the ropes parecen una balada ensoñadora en manos del hombre del saco, como si detrás de las lentes negrísimas se escondiera el Tom Waits de Bone machine.

 

Peach blossom es un single pegadizo dentro de estos estándares, pero el gran momento llega con The turnaround, título oscuro y doliente como un clásico de Led Zeppelin. La influencia de los últimos años sesenta era una constante en los directos de la época: las versiones reivindicaban a Peter Green (Oh well, también revitalizada en los mismos años por Jack White o Pearl Jam) o Small Faces (Itchycoo Park).  Y así, hasta coronar en un tema central, Wonderful, glorious, que hurgaba en los últimos Beatles. Everett: pese a la voz de lija, una de las culminaciones más inesperadas de felicidad—enhorabuena— en el planeta del rock.

 

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