Bendecido con una de las voces más hermosas, fascinantes y cautivadoras que ha conocido el ser humano, ese chorro de oro líquido que emergía de su garganta cada vez que acercaba los labios al micrófono, Sam Cooke solo tuvo tiempo para hacer más hermoso este mundo a lo largo de 33 años. Y aunque su legado es inconmensurable, la belleza universal de esas cuerdas vocales fue demasiadas veces eclipsada por los empeños discográficos en ampliar el radio de acción de sus grabaciones con orquestaciones rutilantes o selecciones de clásicos al gusto de todo el mundo. Por eso Night beat sirve como bálsamo de excepción. Basta avanzar la aguja hasta el segundo corte y escucharle en Lost and lookin’, donde su voz acapara todo el protagonismo y solo distinguimos un tímido contrabajo y el platillo de la batería en un segundo plano remoto. Es así de sencillo. Y es conmovedor.

 

No todo comparte esa reivindicación de la austeridad en estas sesiones, pero sí el espíritu noctámbulo, reflexivo, meditabundo, trascendental. Volvían a producir Hugo & Luigi (los primos Luigi Creatore y Hugo Peretti), prebostes del Brill Building neoyorquino y coautores para Elvis de Can’t help falling in love. Pero esta vez primaba la mesura: un sexteto prudente y espléndido, dispuesto siempre a dejar amplio espacio al gran ídolo y oxigenar el estudio de grabación. Y con un joven y soberbio Billy Preston haciéndose cargo del órgano: esos chicos de los Beatles nunca dieron puntada sin hilo.

 

Cooke aprovechó para recrearse en los espirituales (el estremecedor Nobody knows the trouble I’ve seen) y demostrar que el blues (Little red roosterTrouble blues) y no solo el soul también figuraba en la formulación de su ADN. Nunca fue muy prolífico como autor, porque no se puede tener todo, pero aquí entregó tres páginas propias. No siempre bien recordadas, pero soberbiasMean old world (soul), Laughin’ and clownin’ (blues) y You gotta move (rhythm ‘n’ blues). Para que no faltase de nada. Ni siquiera una versión final de la mítica Shake, rattle and roll.

 

Tres días de grabación –22, 23 y 25 de agosto– bastaron para que aconteciera la magia. Night beat dista de ser el trabajo más divulgado de Sam, tampoco siempre el más reconocido. Pero puede que debamos considerarlo el mejor. Y eso, ocupándonos quien nos ocupa, nos aproxima a un paraíso (Fool’s paradise) como para, en efecto, volvernos locos. 

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