No fueron los setenta unos años propicios para los Chicos de la Playa, formación sensentera y soleada por antonomasia que siempre pareció envejecida prematuramente y fuera de lugar después de la conmoción de Pet sounds (1966), una de las obras cumbre del género humano. Y, sin embargo, algunos de los mejores momentos de los californianos llegan en este periodo de desconcierto, rencillas y pérdida clamorosa de respaldo popular. Surf’s up sirve como ejemplo preclaro: es un disco de belleza pasmosa que pasó desapercibido (aunque no tanto como su predecesor, el también delicioso Sunflower), agrandó el cisma entre los integrantes de la banda y por momentos parece dilapidar la quintaesencia misma de la marca. Comenzando por esa portada oscura, cabizbaja y hasta casi deprimente, y siguiendo por su tema inaugural, el medio éxito Don’t go near the water, que enarbola la inesperada bandera de la ecología para proclamar que nos alejemos de las olas y luchemos contra la contaminación de los océanos. ¡Menos de una década después de Surfin’ USA, caramba!

 

Todo era extraño por entonces en lo que concerniera a los BB. La elección de Long promised road como primer sencillo fue calamitosa: el tema es delicioso (hoy lo podríamos encontrar en un disco de Dawes sin atisbo de sorpresa), pero resulta lento, extraño por su cambio de velocidad y, en consecuencia, muy poco comercial. Cuando el tema titular apareció como segundo sencillo, ya era demasiado tarde. Un error incluso cruel: Surf’s up es uno de los episodios más sublimes en aquellas abortadas sesiones de Smile, la obra magna que debía haber sucedido al insuperable acontecimiento de Pet sounds.

 

Todos seguían sumando y aportando oro a la sociedad (salvo Dennis Wilson, que retiró sus dos aportaciones porque consideró que sus compañeros no les ofrecían un emplazamiento adecuado en el LP). Take a load at your feet es casi una tira cómica de Al Jardine, el solo de flauta engrandece la ya excepcional escritura de Carl Wilson para Feel flows y Disney girls (1957) es un hermosísimo y melancólico vals de Bruce Johnston que ha superado todas las pruebas del tiempo.

 

Incluso Lookin’ at tomorrow, también de Jardine, evoca al Lennon más meditabundo y obsesionado por el paso de los años Pero el más grande acababa siendo, una vez más, ese chaveta divino llamado Brian. Por entonces andaba con un pie dentro y otro fuera de la banda, y pese a ello su tripleta final (la casi mística A day in the life of a tree, la compungida y extraordinaria ‘Til I die y la mencionada Surf’s up) vuelve a confirmar su condición innegociable de genio. Aunque en 1971 el mundo pareciese dispuesto a cometer la torpeza inmensa de perderle de vista.

 

 

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