En la lucha denodada y baldía contra el reloj, Van Morrison se ha propuesto apurar el calendario, el talento abrumador y, ya de paso, sus abigarrados archivos para exprimir ese legado suyo tan descomunal como, de un tiempo a esta parte, algo compulsivo, desperdigado y hasta caótico. Y en el mismo año en que ha alumbrado un extenso tributo a uno de los grandes ritmos que marcaron su juventud, Moving on skiffle, y en el que le quedan apenas unas pocas semanas para revisar el rock primigenio con Accentuate the positive, aún encuentra hueco para intercalar esta rareza absoluta, mucho más curiosa que imprescindible, pero en la que el morrisoniano de pro seguirá encontrando motivos para ahondar en su fe.

 

Todo es insólito en Beyond words: instrumental, pero nada tanto como su propia naturaleza de trabajo oficial pero al margen de la discografía al uso, puesto que no existe en las tiendas ni en las plataformas y solo puede conseguirse a través de la web de nuestro eterno gruñón de Belfast. Morrison inaugura con él, de hecho, una nueva rúbrica discográfica, Orangfield Records, que le permitirá extraer petróleo de un archivo personal en el que, seis décadas después de su debut, sin duda encontrará aún mucha tela que cortar. También algo de morralla o registros de valor más testimonial y circunstancial que otra cosa, no nos engañemos. En los 68 minutos de Beyond words (ya ven que nuestro amigo irlandés decidió hace ya unos cuantos años no entregar un solo disco breve) hay hueco para los dos extremos del espectro, desde el tesoro prodigioso a la anécdota irrelevante. Pero pese a todos los matices, objeciones y advertencias contextualizadoras acaba sucediendo lo que ya considerábamos más improbable: el viejo Van, maldita sea, vuelve a apañárselas para hacernos felices.

 

Morrison ha despedigado un exiguo puñado de piezas instrumentales a lo largo de su trayectoria, casi siempre anecdóticas y de peso específico muy relativo en su repertorio (¿quién va a querer privarse de un vozarrón como el suyo?), aunque algunas sí han acabado haciéndose hueco en los conciertos y en la memoria colectiva de los fans: Scandinavia, Spanish steps, Caledonia swing… Pero ahora descubrimos que las piezas sin palabras constituyen un pequeño festín privado para George Ivan, que canaliza por esta vía algunas ideas melódicas con encanto y sin demasiado recorrido. O aprovecha, por lo que se intuye, para entrar en calor con sus músicos, improvisar y ver qué sucede. Y así, desde la década de los setenta hasta fechas mucho más cercanas, han ido naciendo estas 17 piezas muy menores, sin duda, pero también a ratos henchidas de duende.

 

Lo más divertido para el seguidor pata negra es deducir o intuir la fecha aproximada de cada grabación, que no se menciona en los créditos pero puede barruntarse en función de los músicos participantes. Lo más llamativo de todo este material es Beyond words, el tema inicial y titular, puesto que Morrison renuncia a cualquier melodía para explayarse en una larga improvisación de sus característicos quejidos, bramidos, bufidos guturales y tarareos, un poco a la manera de los tramos con los que llevaba su Listen to the lion al éxtasis y el paroxismo. Pero no perdamos de vista algunos otros detalles trascendentales. Como mínimo, dos de la más alta cualificación: el inmortal Pee Wee Ellis asume el saxo tenor para la fantástica The street y dos de los fundadores de los Chieftains, el arpista Derek Bell y el flautín de Paddy Moloney, impregnan de la más excelsa esencia céltica Greenwood tree. Cuánta seda para nuestros oídos y qué irrefrenable la nostalgia ante tantos maestros que ya se nos fueron para siempre.

 

Hay abundante material fechado en la transición entre los setenta y los ochenta, a juzgar por la recurrente presencia de los sintetizadores y trompeta de Mark Isham, uno de los escuderos más decisivos y minusvalorados en el historial del norirlandés. Y se cuelan también algunos cortes magníficos por su carácter instantáneo y bailable, en particular Breadwinner (con el característico, tosco y vivísimo saxo alto del propio Van) o la vieja tonada tradicional Kerry dancing, gozosa y adictiva. Y el piano de Jef Labes imprime vivacidad a otras tres joyitas para oídos insaciables, Celtic voices, All saints beneficial y, sobre todo, Mountains, fields, rivers & streams.

 

En definitiva, Beyond words… no pasa de la categoría de pasatiempo para los muy adictos a la causa, pero no es en absoluto una adición irrelevante al catálogo. Está visto que Van Morrison sigue los pasos de Neil Young a la hora de pisar el acelerador en el invierno de sus días y no dejarse nada mínimamente relevante en la cajonera. Y, como con los Bootlegs del amigo Zimmerman, tampoco aquí podemos disimular ni la curiosidad ni el ansia ante nuevos tesoros que emanen del cofre.

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