En estos tiempos de una sobreabundancia sonora que más parece perenne avalancha, lo mejor que podemos decir de un nuevo trabajo discográfico es que no se parece a ningún otro artefacto que se encuentre ahora mismo en circulación. Y ese es el mayor encanto que atesora Aljamía, segunda entrega del muy experimentado y demandado pianista y compositor granadino David Montañés: un músico que sigue empeñado en hacer de todo, pero solo si el territorio que pisa en cada proyecto apenas ha conocido pisadas humanas ni trasiego previo. Y tal es el caso de esta indagación en el universo de las jarchas hispánicas, los poemas breves medievales que surcaron Al-Ándalus entre los siglos IX y XIV, y que, si ya de por sí no han sido demasiado atendidos ni diseccionados entre los filólogos peninsulares, permanecían virtualmente inéditos a efectos melómanos. Hasta que el olfato de este creador curioso, insaciable e impenitente decidió abordar una investigación en toda regla al respecto.
Ante todo, una aclaración: Aljamía es una obra de trasfondo culto, literario y científico, pero el acercamiento es del todo divulgativo, artístico y, sobre todo, excitante y alegre. No se requieren doctorados en nada para disfrutar de un álbum sorprendente, amenísimo y, sobre todo, permeable al asombro. Porque, mucho más allá de lo que nos conciernan los saberes académicos en torno a la lírica en la España musulmana, el bello e intrigante artefacto sonoro que ha sido capaz de erigir este granadino nos coloca ante la emoción de la música tradicional para el trance, los ritmos étnicos de trasfondo árabe y una concepción arcaica del cante que podríamos catalogar como protoflamenca.
Montañés siempre se ha dejado guiar por la curiosidad, el espíritu inquieto y el instinto, y ya en su debut discográfico solista, Juerga y vino (2021), formulaba una canción de autor aflamencada, etílica, desinhibida, heterodoxa y sin complejos que se escurría a la hora de ensayar cualquier tipo de catalogación al uso. La apuesta ahora se redobla con una aventura todavía más radical en cuanto a lo inaprensible de sus contenidos, pero a la vez también más documentada y ambiciosa. Aljamía es una filigrana y una invitación al disfrute hedonista, como lo evidencian la misma naturaleza de varios de sus cortes: la danza erótica para Yá fatín, el pasacalles en Albo día, un Vey ya raquí concebido como lanzallamas.
David se considera “transgénero” en lo musical, y qué bien que lo atávico y lo modernísimo se abracen hasta confundirse en estos surcos de vocación exploratoria y aventurera. Los Planetas, Lagartija Nick o Estrella Morente hacen bien en contratar los servicios de este paisano intrépido que nos introduce en un túnel del tiempo irresistible para oyentes de mente abierta.