Lo teníamos bastante claro de antemano, pero los hechos no paran de confirmar a Bridie Monds-Watson como artista en permanente crecimiento y evolución. Con apenas 25 años le ha dado tiempo a grabar ya tres álbumes, a cada cual más sustancioso, y de reinventarse y cambiarnos el paso con propuestas siempre en las antípodas de la superficialidad. Por más que les fastidie a los maledicentes –esa gente abonada a la estrechez mental– en cuanto se ponen a farfullar sobre la generación Z.

 

Hasta el segundo LP teníamos a Monds-Watson por una referencia femenina para la causa LGTBI, pero al poco de publicar aquel suculento Grim town (2019) anunció que prefería adscribirse a la condición no binaria. Ello ha contribuido a convertir este tercer trabajo, de hecho, en una colección más afilada e incisiva de reflexiones sobre esta vida tormentosa que nos traemos entre manos, en una sociedad tan modernísima como la nuestra (Purgatory, Baby you’re full of shit). Pero el gran salto cualitativo proviene de la formulación sonora, cada vez más cruda, guitarrera y proteínica, con la contundencia de una banda que comanda su íntimo Tommy McMaughlin y que parece siempre grabar en vivo y con los amplificadores en pura efervescencia.

 

Si el sobrenombre SOAK servía supuestamente como acrónimo de “soul” y “folk”, queda claro con If I never… que aquella fórmula fundacional ha quedado desactualizada. El ensimismamiento era propio de Before we forgot how to dream (2015), aquel estreno casi adolescente en un blanco y negro intimísimo, pero las guitarras, que ya pugnaban por asomar en Grim town, ahora se han vuelto definitivamente briosas. Y el tono general remite a ese rock de guitarras que predominaba en los noventa. Incluso al aire dolorido pero corajudo que le afloraba a su paisana Sinéad O’Connor cuando sus movimientos artísticos aún no se habían vuelto erráticos y deslabazados.

 

Monds-Watson eleva una voz tosca, expresiva y arrastrada, inmensamente emocional en su rugosidad. Es desgarrada (esa forma de pronunciar “What the fuck is this?” en Baby you’re full of shit), pero también puede echar el cierre con una caricia como Swear jar. Tiene vigor (Last July), pero puede sorprender con una coda inesperada en la vitamínica Purgatory. No atiende a los cantos de sirena de la electrónica, pero desliza algunos efectos en Guts. Y acaba enterneciéndonos, sin perder ni el pulso ni la voracidad, en la soberbia Get well soon, que no desentonaría en un disco de Big Thief. Hay gente muy joven en la que confiar, con independencia de géneros y etiquetas.

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