Pocos nombres propios se nos ocurren tan tenaces, aseados y concienzudos como el de Jonathan Pocoví a la hora de sembrar oficio e inspiración dentro de los territorios de la canción de autor (razonablemente) clásica en castellano, por mucho que su obra no haya gozado aún de gran popularidad y difusión más allá del restringido círculo de entendidos y devotos del género. Y no parece probable, honestamente, que las tornas vayan a cambiar en demasía con motivo de esta cuarta entrega del artista valenciano, por más que cualquiera que se acerque a ella descubrirá un álbum amenísimo, luminoso, ocurrente y holgado en sus dosis de inteligencia, valores todos ellos muy deseables y de los que rara vez andamos sobrados.
Quizá le haya faltado a Pocoví esa canción singularísima, seductora, ocurrente e identitaria que le sirviese como salvoconducto y banderín de enganche entre la afición; un incontestable título de referencia a partir del cual el oyente curioso fuese desentrañando otros ángulos de ese cancionero que a estas alturas ya ronda el medio centenar de títulos. Y puede que, de ser acertado el diagnóstico, ese revulsivo no lo vayamos a encontrar tampoco entre estos 12 nuevos cortes que entran ahora en liza. Ahora bien: escuchada unas cuantas veces esta entrega al completo, es obligado avisar a los amantes de la canción lúcida, seductora y bien armada de que no se pierdan un material más que meritorio en cuanto sepan de su existencia, sea a través de estas u otras líneas o aterrizando en el nombre de Jonathan por los designios inescrutables del radar digital.
Le canta Pocoví con gracia, profundidad y enjundia al amor y a su envés despechado, entre otros argumentos frecuentes y determinantes para nuestra existencia cotidiana, pero lo hace con la peculiaridad de no confiar tanto en las leyes del arpegiado –tan recurrentes en su área de influencia– como en las de un blues-rock liviano y rebajado de asperezas. Así sucede desde el propio tema titular (e inaugural), ese Erre que erre que le sirve, de paso, como proclama de esa tenacidad y perseverancia a las que él mismo apela para seguir llamando a una puerta que nadie parece darse prisa por abrir. Pero a Jonathan le salva su mirada aguda y chispeante, esa que le lleva a preguntarse en Qué decir en un blues, todo un prodigio de socarronería, a qué podría uno escribirle cuando sus calamidades vitales se han vuelto menores.
Pocoví frecuenta aires de swing, manouche y jazz abolerado con esa voz suya que a ratos tanto recuerda, por timbre y cuerpo, a la del ilustre Santiago Auserón. Se asombra en Mariposas de que Cupido vuelva a asaetearle en ese momento en que la vida se aproxima sin mayores miramientos al abismo del medio siglo. Y gana enteros cuando apela a su alma guasona en Pecado digital, sobre este soberano disparate de exposición pública en el que hemos acabado todos enredándonos, o recomienda en la espléndida Activista de placer pegarle un portazo a la rutina en plena cara.
Menciona Erre que erre a Javier Ruibal como ese mentor que nunca ha dejado de creer en Pocoví, un papel que también ha desempeñado El Kanka y al que ahora también se suma por la vía de la colaboración el brasileño afincado en España Leo Minax. Los dos, Minax y Pocoví, comparten una deliciosa ambrosía bilingüe, Inventario, en la que nuestro protagonista levantino también refrenda su compromiso con la ternura. Acerquen el oído y combatamos este ninguneo del destino que no tiene ninguna razón de ser.
Muchísimas gracias por esta mirada tan cariñosa y detenida. Es todo un honor que Erre que erre esté por aquí.