Una sugerencia, si se nos permite, avalada por los buenos resultados obtenidos al respecto en primera persona. Si alguien merece el cariño cómplice de una felicitación cumpleañera, quizá en forma de enlace electrónico a un vídeo musical, prueben suerte con Altered Images y su Happy birthday. No hay nada más apetecible en ese subgénero: supera, llegado el caso, el mismísimo Birthday de McCartney para los Beatles (1968), y no digamos ya el edulcorado Happy birthday de Stevie Wonder (1980), la canción con la que comprendimos que el genio de Míchigan no reeditaría en la nueva década el estado de gracia que mantuvo durante los setenta.

 

La pieza que nos ocupa fue un glorioso one hit wonder allá por 1981, aunque, en honor a la verdad, tanto I could be happy como Don’t talk to me about love también rozarían lo más alto de las listas en años subsiguientes. En realidad, los de Glasgow (¿alguna vez ha habido un grupo mediocre en Glasgow?) representaban el descaro, la inmediatez y los colores chillones, ¡en plena ciudad de la lluvia!, durante esos primeros compases de una década que Thatcher (esa Margarita a la que Morrissey habría conducido hasta la guillotina) se encargaría de teñir de un gris plomizo.

 

Clare Grogan, mitad cantante y mitad actriz, tenía encanto, desparpajo, poderío desde su aparente candidez. Era una bendición para cualquier grupo que se preciara. Al principio emulaba a Siouxsie: no había más que verla, inmersa en movimientos espasmódicos, durante las presentaciones inaugurales de la banda, en la que la desquiciada Dead pop stars ejercía como primer sencillo y tarjeta de presentación. Un tema de irremediable encanto histriónico: cuatro décadas más tarde, serviría como corte inaugural para el ambicioso recopilatorio Big gold dreams: A story of Scottish independent music (1977-1989).

 

Lo mejor es que, en solo dos años y tres álbumes, Grogan tuvo tiempo de redefinirse una y otra vez, hasta llegar a esa dama refinada y estilosa –casi una versión femenina de David Bowie– que nos seduce desde la portada de Bite (1983). Del post-punk a la new wave, con escarceos varios entre medias. Fueron solo tres entregas, sabrosas, intermitentes y dispares; de ahí que, por una vez, nos haya seducido más recurrir a la fórmula del recopilatorio. Lo bastante generoso (35 temas, dos horas y pico) como para comprender que aquí había más material recuperable para nuestra memoria del que sospechábamos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *