Un respeto, y de los grandes, para un creador que es capaz de integrar términos como “oxímoron” y “petricor” en su escritura de canciones pop. El geniecillo responde al nombre de Ángel Stanich y ya no es a estas alturas un recién llegado, pero Polvo de Battiato marca un nítido punto de inflexión en su trayectoria. Siempre le hemos tenido por un firmante heterodoxo y estrafalario, pero he aquí el momento en que esas circunstancias se erigen en aderezo y no en sustento principal. Porque el tercer elepé de este verso libre cántabro preserva todas las extravagancias que le han hecho único, esa visión entre cómica, ácida y surrealista de un mundo que merece ser tomado a pitorreo, pero lo cimenta con la escritura más sólida, de largo, en lo que llevamos de su carrera.

 

Stanich seguirá generando opiniones confrontadas casi por definición, de acuerdo. Y eso representa un factor mucho más estimulante que necesariamente negativo. Pero esa voz destemplada y alucinada se hermana aquí con una vocación de pop instantáneo y de una luminiscencia propia de los años ochenta, lo que no deja de tener su gracia para un firmante nacido en 1987 y ajeno, en consecuencia, a aquella eclosión. Da igual. Los teclados desaforados de Nazario son un guiño clamoroso a los Fleetwood Mac de Mirage (1982). La mecha juega con el ritmo de bajo de Vienna, la gran eclosión (1980) de Ultravox. Rey idiota es una descacharrante crónica catódica de alguien que se hubiese criado al calor de Mayra Gómez Kemp, mientras que Motel consuelo termina con una cita de Young turks, el clasicazo (1981) synth pop de Rod Stewart.

 

El mencionado motel cuenta con la voz invitada de la gran Nina de Juan (Morgan), única presencia femenina en ese universo eremita tan celosamente construido por Ángel y sus cuatro correligionarios. Pero alguna cobertura de wifi debe de llegar, aunque disimule, hasta la cueva de nuestro barbado santanderino, que en tesitura e instinto pop a veces recuerda a Pachi García Alis, otro geniecillo infravalorado de nuestro ecosistema (en La valla, por ejemplo, con brindis a Sidonie), y otras a Nacho Vegas, como en el caso de la taciturna El cariño y, sobre todo, en El arriero, Pt.2, con ese aire de vals tradicional.

 

Y todo ello en un álbum que comienza con una eclosión rítmica casi caribeña para La historia es fácil, donde las armonías vocales satisfarían a Club del Río, unos chicos mucho más aseados. Que aporta el título ya de partida más descacharrante de la temporada, Dos boy scouts de mierda. Que concluye con unos teclados, los de Contigo siempre, tan analógicos que nos remontan a la época del pop progresivo. Y que homenajeaba a Battiato ya desde antes de que falleciera Il Maestro, lo que obliga a una nota aclaratoria en contraportada. Ángel sigue a lo suyo, dejando que le crezca la barba como buen ermitaño, pero este es su gran estirón.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *