Nunca podremos saber cuántos potenciales discos en directo registrados en 2020 nos hemos perdido para siempre, pero ahora aún nos encontramos en la tesitura de disfrutar aquellos que acontecieron cuando el rito del encuentro con el público era cotidiano, intenso e irrenunciable. Y, admitámoslo, hasta puede que los disfrutemos más aún que si “todo esto” no se nos hubiera interpuesto en el camino de nuestras vidas.
Tal es el caso del delicioso pasatiempo que nos proponen aquí los escoceses Belle and Sebastian, una de esas bandas tan singulares y deliciosas que nunca nos cansaremos de incluirlas en nuestras oraciones. Quizá hayamos llegado al punto de asumir tácitamente que Stuart Murdoch y su abultada nómina de acompañantes nunca llegarán al estado de gracia de aquellos albores universitarios gloriosos, los de If you’re feeling sinister (1996) y The boy with the Arab strap (1998), tan lozanos e irrenunciables; y hasta esa prolongación novosecular de genio que supuso, cinco años más tarde, Dear catastrophe waitress. A cambio, la ampliación del repertorio y el incremento de trienios en la hoja de servicio propicia el divertimento, sobre todo en lo que se refiere a redescubrir puñados de piezas que en su día pudieron pasar por nuestros oídos solo de puntillas.
Por eso este What to look in for the summer tiene mucho de celebratorio. Llega el momento de conmemorar el cuarto de siglo de aventura (¡25 años para una banda de gestación casi accidental!) en compañía del tipo de público que siempre ha alimentado el perfil de estos escoceses peculiarísimos: nunca muy numeroso, pero sí extraordinariamente entusiasta. Los aullidos de abierto goce que en ocasiones nos llegan desde la pista pueden ser secundados desde nuestros salones. Por ejemplo, ante el bailoteo ligero de la juguetona If she wants me, el extraño arrebato de psicodelia sesentera de Beyond the sunrise o el pálpito de ese bajo galopante, marca de la casa, que conduce Wrapped up in books.
Son tres ejemplos consecutivos, en la primera mitad de la entrega (doble elepé en vivo: como debe ser), de piezas excelentes que no figurarían en la memoria inmediata de casi ningún seguidor. En directo, la voz liviana y sin apenas cuerpo de Stuart Murdoch se vuelve cercana y aún más pintoresca, incluso aunque se acentúen sus imprecisiones, que siempre han estado ahí, al acecho. Y aunque el segundo cedé es más rico en grandes éxitos (o en éxitos pequeñitos pero que casi sentimos como propios), nuestra querida y numerosísima congregación, con cuerdas y metales presentes siempre, puede permitirse el capricho de prescindir, por ejemplo, de I’m a cuckoo, una de las cuatro o cinco primeras melodías que nos vendrían a la cabeza.
A cambio tenemos a Murdoch burlándose de Boris Johnson al hilo de Step into my office baby o advirtiendo en una introducción que su cancionero puede ahondar “en algunas de las políticas sexuales tempranas de ciertos miembros de Belle and Sebastian”. ¿No es para abrazarlo, si pudiéramos?