Disimulos, tan solo los imprescindibles. Era el debut internacional de Robert Nesta Marley a través del sello Island, pero el entonces joven y aún emergente gran gurú del reggae quiso retratarse para la portada con un descomunal cigarrillo enriquecido en primer plano de la imagen. Chris Blackwell, el hombre que descubrió lo que se venía cociendo en Kingston, transigió: el potencial de aquel rastafari y sus nutridos aliados se anunciaba demasiado poderoso como para incomodarse con una provocación que era más autorretrato que ánimo por incordiar. En realidad, el contenido era mucho más poderoso que aquella imagen marcada por la travesura y el orgullo de la legitimidad en la mirada. Catch a fire encapsulaba el ideario de Bob, siempre dispuesto a que se le entendiera alto y claro, sin margen a la ambigüedad. Y nada más eficaz para expandir un mensaje por todo el planeta que una inyección rítmica de estas dimensiones. No solo podíamos creer en un mundo sin injusticias. Podíamos, además, bailarlo con ese balanceo eterno de ojos entornados.

 

Blackwell lo tuvo claro desde el primer momento y la historia debe reconocerle su papel de visionario. Jamaica era hasta entonces solo un vago sinónimo de pobreza y opresión en las apresuradas páginas internacionales de los informativos, pero el nuevo ritmo bautizado a partir de una canción de Toots Hibbert, el líder de Toots & The Maytals, era demasiado adictivo e hipnótico como para pasarlo por alto. Siempre más cercano al medio ritmo que a la velocidad desenfrenada, Marley supo mejor que nadie invocar a través de él la concordia, el espíritu de lucha y el anhelo del amor. Catch a fire apenas incluía éxitos gloriosos, de esos que luego abundarían hasta la temprana muerte (mayo de 1981) del genio caribeño. Pero cuesta encontrar un álbum del bendito Tuff Gong que apetezca escuchar tantas veces.

 

Influye que nunca Marley estuvo tan bien rodeado, hasta el punto de que ni siquiera necesitaba monopolizar el discurso. El glorioso Peter Tosh aún figuraba como brazo derecho e incluso deslizó dos perlas, 400 years y (sobre todo) Stop that train, en las que él mismo asume la voz cantante. Bob deja para la historia su primera gran canción de amor, Stir it up, pero antes ha abierto boca con dos misiles a la línea de flotación de la próspera y desentendida sociedad occidental: Concrete jungle, sobre las turbulencias de la vida en las grandes ciudades, y Slave driver, un recordatorio a los sufrimientos de las generaciones precedentes.

 

Los grandes coros femeninos endulzan el aspecto formal de los grandes discursos (No more trouble), mientras los sintetizadores nos acercan al universo sonoro de otro icono carismático de la época, Stevie Wonder. Millones de aficionados aprendieron a situar en el mapa la silueta de la isla jamaicana. Era solo el principio. La desdicha abrevió trágicamente la aventura, pero el mito de Marley es ya indestructible.

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