Asignaturas pendientes: esas que tenemos todos. Conviene trabajarse mejor el rock independiente de los primeros años noventa: Dinosaur Jr., Pixies, Nirvana, Lemonheads, toda aquella gente. Una carencia flagrante, pero no irresoluble. Quizá el destello de Kurt Cobain era tan deslumbrante que oscureció otros edificios fabulosos del vecindario. Pero estamos a tiempo de resolver carencia que, de eternizarse, serían graves. Porque el tiempo aporta legitimidad y empaque a aquella generación doliente y encabritada; bulliciosa desde el pathos y la incertidumbre.

 

Tampoco Buffalo Tom figuraban, honestamente, entre las bandas con las que nos familiarizamos en la época, quizá por bobo escepticismo. Puede que, en no pocos casos, la nutritiva edición de 25 aniversario sirviera para redescubrir este disco de los bostonianos, que figura en muchas de las selecciones con lo mejor de la década. Da igual haber accedido a él en su día o hacer los deberes aplicándonos una prórroga de varios lustros. La ventaja de la música grande es que nos llegó envasada sin fecha de caducidad. Y purgar los pecados nos convierte, como buenos cristianos (sobre el papel), en mejores personas…

 

Let me come over sería algo ya relevante aunque solo fuera por incluir Taillights fade o Mountains of your head, dos temas grandísimos. La reedición conmemorativa aportaba argumentos adicionales de peso, gracias a que Bill Janovitz y sus amigos tenían a bien entregar un segundo disco en directo (ULU, Londres, 1992) que disipa cualquier duda sobre su solvencia. 70 minutos de pasión en los que parecemos escuchar el impacto de los goterones de sudor sobre el piso. Incluso emprendieron una pequeña gira conmemorativa por Estados Unidos.

 

Qué suerte, algunos… Pasión concupiscente, guitarras ásperas como la lija, melodías grandes. Así debería ser. Así queda ya fijado por siempre, ahora sí, en nuestras memorias. 

 

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