Visto de manera retrospectiva, produce hasta engorro pensar en las discusiones aquellas sobre las rivalidades en la era dorada del brit pop de los noventa. Solo Jarvis Cocker, ahora que disponemos de una amplia (y dolorosa) perspectiva del tiempo, podría sostenerle un poquito la mirada a quien fuera líder de Blur. Porque, en comparación con la familia Gallagher o con cualquier otro de sus compatriotas que se nos ocurra, Damon Albarn habita las capas más altas de la atmósfera. Y este segundo trabajo en nombre propio, heredero del ya fascinante Everyday robots (2014), obliga a renovar nuestra cosecha de epítetos.

 

The nearer the fountain… obliga desde ahora mismo a colocar a este londinense de 53 años entre los grandes protagonistas de 2021. Lo consigue con un disco denso y, sobre todo, narcótico; emocionante, difícil, bellísimo. En las antípodas de aquel rubiales con cara traviesa que alegró la vida a varias generaciones con sus himnos de pop pluscuamperfecto, de Country house a Boys and girls, Albarn es aquí un hombre en misión especial en Reikiavik, con la encomienda de crear nueva música para un festival de artes de Lyon y la sabia escolta de Simon Tong (su guitarrista en The Good, The Bad & The Queen), el multiinstrumentista Mike Smith y el director de orquesta André de Ridder, el mismo que le dirigió a Damon su ópera Monkey: Journey to the west, en 2007. Los cuatro quisieron verse inmersos en la experiencia de contemplar los ínfimos movimientos de las nubes y las olas desde su ventana para prender la mecha creativa a partir de ese teórico prodigio natural de quietud.

 

Suena temible, ¿verdad? Pues el resultado es fabuloso.

 

Nada hay aquí, salvo la relativa excepción de Royal morning blue, que pudiera asociarse al concepto de single para ser escuchado por la radio de una manera medianamente expansiva y despreocupada. Debemos situarnos más bien en las coordenadas del Bowie berlinés, obsesionado por intercalar generosos paisajes instrumentales entre los cortes cantados. O en los torturados Robert Wyatt, David Sylvian o Scott Walker. Y, claro, la gélida ambientación sónica de unos Sigur Rós en estado de gracia.

 

No falta de nada en la paleta, porque Albarn incluye cuerdas, metales, ritmos pregrabados, efectos sonoros, voces alucinadas. The nearer… es una elegía devastadora para la que no se requiere tanto paciencia como tiempo. Concentración. Escucha inmersiva. Acabaremos encontrando melodías encantadoras (The tower of Montevideo), paisajes de crudeza salvaje (The cormorant) y hasta un Particles que parece una oración de esperanza para estos tiempos puñeteros. Menos mal que los arrebatos de genialidad del ser humano acaban haciéndolos mucho más soportables.

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