Elvis Costello es un grandísimo escritor en términos literarios, como ya demostró con su abrumadora autobiografía Música infiel y tinta invisible (2016), pero aún ahora sigue resultando fascinante que tuviera las agallas de inaugurar las notas para la primera reedición en cedé de este álbum con las siguientes palabras: “¡Felicidades! Acabas de comprarte nuestro peor disco!”. Allá por 2004, a la ahora de difundir la versión definitiva y enriquecida con 25 grabaciones adicionales, el siempre verborreico Declan MacManus matizaba: “Es probablemente el peor disco que pudimos hacer a partir de un puñado decente de canciones”. En cualquiera de los casos, resulta demasiado tentador revisar Goodbye, cruel world –noveno elepé en apenas siete años de oficio– como una obra menor e incomprendida, un renglón torcido, la oveja negra en una discografía amplísima y rica en capítulos memorables. Y acaba haciéndose inevitable cogerle cariño a un álbum al que no ayudó la producción de Clive Langer y Alan Winstanley, pareja entonces en auge (Madness, Dexy’s Midnight Runners) que ya había manufacturado el antecesor, Punch the clock (1983), pero al que se le fue la mano incluyendo sintetizadores en cada minuto.

 

La culpa no fue tanto de Langer como del propio Costello; no es deducción, sino confesión de parte. El de Liverpool atravesaba tiempos de desasosiegos personales y en su relación con los Attractions, abocados a una desaparición ya inminente. Pero una versión más desenchufada (el disco, se supone, iba a estar presidido por el folk-rock) permite reevaluar preciosidades como The comedians, Home truth, The great unknown o Love field, rescatada por el bueno de McManus en alguna que otra antología. Y, sobre todo, Peace in our time, andanada de concienciación política que debió haberse erigido en la gran sucesora de la impresionante Shipbuilding.

 

Por lo demás, solo podemos adorar el dúo con Daryl Hall (siempre entre la sofisticación y el placer culpable) para The only flame in town, y admitir que muchos tardamos en descubrir que la desolada I wanna be loved no era un original de nuestro gafotas, sino una perla desenterrada de Teacher’s Edition, olvidadísima banda de R&B que la había registrado en 1973. Otra curiosidad en clave de hombreras ochenteras: por esa versión asomaba Green Gartside, de los hoy más que olvidados Scritti Politti. Era una magnífica elección para un hombre que se estaba divorciando y cuyo estado de ánimo debía de ser bien frágil. Tanto como para contemplar con poca indulgencia este álbum que no merece se transitado tan de puntillas.

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