Where polly people go to read, hace poco más de un año, era el debut de un jovenzuelo sensible y enigmático al que, por si acaso, había que prestar atención. Pero aquel estreno de 2019 no permitía prever lo que ahora acontece entre nuestras manos. Orca no es un refrendo, sino una súbita eclosión: el despertar definitivo de un muchacho brillantísimo. Un disco que parte de un carácter absorto y un intenso mundo interior, pero que termina siendo expansivo y deslumbrante. Tanto como para incluir dos de las canciones, First aidPost humorous, más adictivas y mejor construidas de cuantas hemos escuchado a lo largo de 2020. Y van unas cuantas.

 

Dapperton cumplió 23 años durante la primavera, y entre eso y su aspecto frágil y magnético ya acumula etiquetas entre los amantes de la estricta categorización: que si chico emo, que si generación Z, que si pop para los vídeos inanes de TikTok. Lo único verdaderamente relevante, en el fondo, es que las 10 composiciones de Orca son gemas cantabiles de un muchacho que podría estar abducido por las maquinitas, la electrónica o el autotune, pero que solo acaba confiando en el valor de la canción como unidad de medida. Porque muchos de estos cantos son gritos de desgarro interior que se travisten con ropajes de pop deslumbrante. Y que parecen nacidos en la más estricta soledad de la habitación, aunque en este caso el confinamiento interior tuvo lugar a lo largo de la gira de 2019, vagando de ciudad en ciudad y de hotel en hotel.

 

Puede que el tono confesional de Orca no implique una desnudez completa por parte de Brendan Rice, nombre real de un personaje que prefiere dejar interrogantes y zonas de sombra en su autorretrato. Tampoco buscábamos en un veinteañero el gurú definitivo para comprender esta sociedad viral (y no nos referimos a la covid), enloquecida, frenética y cambiante. Llamémoslo bedroom popindiedo-it-yourself, si es que necesitamos imperiosamente recurrir al neologismo. Pero, en el fondo, Orca es pop minucioso, complejo, elaborado e, insistimos, endemoniadamente meritorio.

 

La escritura de Dapperton reincide una y otra vez en ruedas armónicas (obsérvese en la extraordinaria Medicine), lo que abunda en esa sensación de luminoso mantra interior. La voz es excelente, amplia de registro y emocionante cuando se rasga en esos momentos de éxtasis y dolor. El dominio de los elementos rítmicos (Bluebird) alcanza cotas fascinantes. Y la estampa del personaje –cambiante, colorida, andrógina, estrafalaria– no hace sino aguzar la curiosidad.  Orca subraya la sensación de que aún no terminamos de conocer del todo a Gus. Y eso implica, sin duda, quedarnos con ganas de más.

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