Midnight Oil acaban de culminar su última gira, en teoría, y tampoco está nada claro que vuelvan a encerrarse en un estudio de grabación. Así que es difícil abstraerse a la idea de que Resist puede ser un álbum de despedida, una sospecha que se vuelve inverosímil a nuestros oídos ante la constatación de que los australianos conservan un músculo absolutamente vigoroso. Si este es el final, siempre les quedará presumir de que dijeron adiós dejando el listón en todo lo alto. Pero si nos conceden algún nuevo capítulo, tenemos la intuición de que debe quedarles aún bastante carburante en el depósito.

 

En realidad, ya el reciente minielepé The Makarrata project (2020) tuvo algo de sorpresa sobrevenida, pero Peter Garrett y sus muchachos aprovecharon la carrerilla para grabar este Resist extenso, fibroso y proteínico, a rebufo de aquellos álbumes rotundos y pomposos con los que hicieron fortuna por medio planeta (Diesel and dust, Blue sky mining) hace más de tres décadas, cuando seguramente resultaba más sencillo erigir la bandera de ciudadano entusiasta. Ahora nos hemos vuelto más escépticos casi todos, pero el quinteto de Sydney no acepta nuestros trágalas: si Makarrata era un canto de amor hacia la cultura aborigen y las minorías étnicas de su país, Resist es un disco de rock político en toda regla. Rock comprometido, incluso más bien mitinero: los negacionistas del cambio climático y los anestesiados en concienciación social no son bienvenidos en esta época, aunque es probable que ellos mismos ya no tuvieran la menor intención de acercarse.

 

Hay compromiso a raudales; casi tanto como estribillos para canturrear hasta que nos duela la garganta. Eso que identificamos como rock australiano, aunque no sepamos muy bien en qué consiste, está aquí en modo reconcentrado. Las guitarras se entrelazan y arpegian a tumba abierta mientras la batería brutal e inconfundible de Rob Hirst avisa de que llega una hora completa de música guerrera, belicosa y, de paso, euforizante. Rising seas es un zambombazo canónico, un disparo al centro de la diana tan certero como en su día fuera Beds are burning. Pero no solo hay himnos: si toca adoptar el tono chulesco, The Barka-darling river proporciona argumentos para sospechar que los Oil atesoran con cariño algún vinilo clásico del grunge.

 

De acuerdo, puede que ese entusiasmo redivivo, tan admirable en una banda con cuarenta y tantos años en la carretera, se traduzca en algún tema de intención, ambientación y tempo redundantes. Podríamos prescindir en el menú de dos o tres platos sin que el paladar se resintiera, sobre todo en el último cuarto del disco. Pero At the time of writing, con ese arranque casi stoniano, invita al humor y el entusiasmo. We resist parece propicia para escuchar con la mano en el pecho, como en los solemnes prolegómenos de un partido decisivo. Nobody’s child parece una sutil sugerencia a Bono para que U2 los contraten como teloneros. Y We are not afraid deja encendida una vela a la esperanza desde un remanso de insólita paz acústica.

 

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