Regina Spektor ya había coqueteado con los arreglos orquestales en Remember us to life, el que hasta ahora, seis años después, era todavía su última visita al estudio de grabación. Aquella insinuación se convierte ahora en una apuesta rutilante e indisimulada. Home, before and after sitúa a esta neoyorquina de origen moscovita en el punto de mayor sofisticación de su carrera, que ya ronda las dos décadas. Pero no pensemos en una artista solemne, hierática ni marcial. Todo lo contrario: el material, a menudo bellísimo, es ligero, muy cantabile y de maneras casi teatrales, con el piano de la propia Spektor también en modo omnisciente.
Las 10 canciones de Home… funcionan como pequeños relatos, íntimos y sorprendentes, que ganan en porte gracias a esos arreglos ambiciosos, propios de una mujer que se siente confiada consigo mismo y presume de criaturas. Las hay verdaderamente ambiciosas, como la adorable Spacetime fairytale, casi nueve minutos de lo que bien podría ser parte de un musical. Las hay juguetonas, como en la delicada Raindrops, donde las teclas del piano, como bien podríamos prever, hacen las veces de gotas de lluvia cayendo sobre el pavimento. Y aún encontramos sorpresas tan suculentas como Becoming all alone, donde nuestra protagonista se imagina tomando una cerveza con Dios, nada menos, e intentando comprender algo de todo este misterio de vivir.
Todas ellas son fantásticas, pero hay dos que se salen de la clasificación. La más inesperada es Up the mountain, donde hay partes recitadas y otras insólitamente bailables. El conjunto resulta singularísimo y difícil de clasificar, pero muy, muy adictivo. Y luego nos queda la primorosa Loveology, una especie de letanía para profesores de primaria donde desembocamos en un estribillo tan perfecto que podríamos quedarnos para siempre en él.
Spektor es dulce, íntima, nada aspaventosa. Todo ello lo sabíamos. Ahora comprendemos por qué le ha llevado seis años dar señales de vida. Se traía algo grande entre manos.
¡Qué sería de mí sin Regina Spektor!