All the young dudes es la quintaesencia de la generosidad en el mundo del rock (que no siempre es tan despiadado como sugiere el arquetipo) y la crónica de una milagrosa reaparición in extremis. Nadie parecía prestar atención a estos agrestes roqueros londinenses a lo largo de los cuatro álbumes que habían rubricado entre 1969 y 1971, un desapego que resultaba particularmente doloroso en el caso de Brain capers (1971), así que Ian Hunter y sus cuatro compañeros de infortunios ya habían tomado la decisión de tirar la toalla. Y en esas apareció no otro que David Bowie (es decir, ¡David Bowie!) para convencerles de que debían hacer una última intentona y propiciar que esta llegase a buen puerto. Sobre la mesa, una doble oferta descomunal: les regalaría un tema inédito a modo de banderín de enganche y asumiría la producción íntegra del álbum. Y todo ello, mientras cambiaba para siempre la historia de los iconos del rock y la liturgia épica con la grabación de Ziggy stardust.

 

Los agraciados aún tuvieron las agallas de rechazar Sufragette city, una de las inminentes cumbres de Ziggy…, así que Bowie escribió específicamente para ellos All the young dudes, la primera gran canción rematadamente gay de la historia (a quién le importa que los músicos no lo fueran), el manifiesto definitivo para comprender qué cosa era esa del glam y uno de los himnos de los setenta. Lo fascinante, en perspectiva, es comprobar ahora cómo el resto del álbum no le iba a la zaga, aunque el fulgor de su tema titular lo haya eclipsado para siempre. Y descubrir cómo todo aquel derroche delirante de lentejuelas y brillantina, de plataformas que desafiaban cualquier atisbo de mesura, no era una moda circunstancial y pasajera.

 

El enfático Ian Hunter se ató los machos (la expresión le vendría al pelo) para estar a la alturade una resurrección así. El sencillo One of the boys apelaba de manera muy directa a los Stones (durante los primeros compases estamos prácticamente seguros de que se avecina una versión de Jumpin’ Jack flash). Sucker era chulesca, orgullosa, una buena manera de recordar que Bowie era quien movía los hilos al otro lado del cristal. Y Jerkin’ crocus marcaba el camino de un sonido rudo y asilvestrado como el de los Faces de la época, con Rod Stewart de comandante en jefe.

 

Más definido por el órgano se erigía Soft ground, lo que, mutatis mutandi, deja un ocasional regusto a los Genesis de Peter Gabriel. Pero el guitarrista Mick Ralphs también sacaba pecho con una densa y creciente Ready for love/After lights y esas reminiscencias a balada de Led Zeppelin (con saxo de David). Peleado con Hunter, un año más tarde estaría coaligándose con Paul Rodgers para Bad Company, otra banda con menos huella en la historia de la que mereciera. No, el triunfo de la justicia siempre fue un factor recesivo en este mundo nuestro.

 

 

 

One Reply to “Mott the Hoople: “All the young dudes” (1972)”

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