Hablamos de memoria y eso puede jugar malas pasadas, pero no será sencillo que nos venga a la cabeza un disco más hermoso datado a lo largo de 2017. Neil Finn es un genio, un autor como hay muy pocos; y aquí ha decidido limitarse (¡nada menos!) a dejar constancia de ello.

 

Provenía de una entrega anterior (Dizzy heights, 2014) que había erigido como un juguete experimental, una excursión psicodélica, una gozosa travesura. Por contraste, esta obra que ahora nos ocupa equivale a un golpe en la mesa. El padre de Crowded House parece decirnos: “si algo he aprendido en esta vida es a escribir canciones”. Y la exhibición resulta pasmosa.

 

Finn se sienta al piano para dirigir las operaciones con todo el espectro armónico en sus yemas. Fuera guitarras y baterías, bienvenidos los cuartetos de cuerda y los coros suntuosos. Da igual que el disco esté grabado en directo durante unas sesiones retransmitidas por Facebook; eso es mera intrahistoria. Lo trascendental pasa por que este neozelandés ha exprimido su catálogo de recursos y parece empeñado en perfilar la entrega más bella que pueda albergar nuestra imaginación.

 

Aquí mora McCartney, claro: eso es consustancial a nuestro protagonista. Pero también hallaremos trazas de Prefab Sprout (la bellísima Alone), Joni Mitchell, incluso el gusto de Satie por los semitonos a la hora de afrontar Terrorise me (que encarna, junto a The law is always on your side, la vertiente social del álbum). Poca duda: Out of silence es, sencillamente, una barbaridad. La evidencia de que el autor de Fall at your feet, Don’t dream it’s over o Weather with you ha vuelto a hacerlo.

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