No somos pocos los que tenemos a Neil Finn como uno de los mejores autores (de largo) en el pop de las tres últimas décadas, y la relación sonora de pruebas, sobre todo bajo el epígrafe de Crowded House, sería amplísima. El neozelandés también ha ofrecido múltiples señales de su aprecio por las relaciones familiares, así que, después de distintas aventuras con su hermano Tim (The Finn Brothers), tampoco habrá extrañado a nadie esta primera alianza con Liam, un retoño que ya acreditaba tres álbumes bien interesantes por su cuenta. Lo peculiar de este encuentro paternofilial es que en todo momento parece el hijo, y no tanto el cabeza de familia, quien asume el timón durante la singladura. Neil venía de grabar en 2017 uno de los discos más hermosos de toda su carrera, “Out of silence”, asombrosa exhibición de talento melódico y capacidad para los arreglos ricos y a la vez delicados. “Lightsleeper”, en contraste, apunta más hacia los vericuetos sonoros de “The nihilist”, el disco de Liam de 2014, y un poco también hacia “Dizzy heights”, el álbum medio psicodélico que papá rubricó aquel mismo año. El tándem opta por las texturas espesas, la reverberación, el misterio, las capas superpuestas de ambientes e intrigas. Es una decisión arriesgada, que dificulta la comprensión de un trabajo que demanda tiempo y esfuerzo justo en un momento en que nadie parece disponer de paciencia para asimilar ningún mensaje. Háganse un favor y concédanse varias escuchas. “Meet me in the air” es lisergia etérea, “We know what it means” retoma las grandes melodías familiares y “Where’s my room” parece un guiño a Prince. Y luego repantínguense con la maravillosa “Anger plays a part”. Es una de las canciones del año. Así de sencillo.

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