Cinco años son muchos en la línea de vida de un cantautor, pero parece que al bueno de Mathew Houck le hemos tenido muy ocupado desde que con Muchacho (2013) presentó sus credenciales definitivos al título de uno de los grandes cronistas estadounidenses para la nueva centuria. C’est la vie, que supone ya su séptima entrega, es cosa seria en todos los sentidos: por la evidencia de que nos encontramos ante un autor muy consagrado y por la sabiduría para afrontar las gravedades de la existencia con la profundidad que estas requieren, pero sin la carga de congoja que a veces, en algunos discos anteriores, nos ponía difícil hasta tomar aire. Houck se ha mudado de Brooklyn a Nashville (lo que se percibe en la encantadora There from here, con su dulce tránsito de guitarra slide), ha incorporado a dos chiquillos a este valle de lágrimas y, por lo que cuentan, vio de cerca la muerte por culpa de una meningitis traicionera. Todo ello se traduce en un disco más plural, rico y sereno, en el que hay hueco tanto para una sorprendente balada con vocoder (Christmas down under) a la extensa digresión psicodélica de Around the horn o el desparpajo de New birth in new England, que parece escrita por un Paul Simon feliz a principios de los años setenta. Hay incluso una nana para el tierno recién nacido, My beautiful boy, que, a diferencia de tantas otras nanas, se disfruta con deleite pero sin arrobo. C’est la vie (tampoco nos perdamos el tema central, de encanto instantáneo) es la obra acaso definitiva de un autor asentado de una vez por todas. Sobre la faz de esta tierra y frente a su bloc de notas.