Nick Waterhouse nunca pretendió ser el más moderno de la clase, pero su compromiso con el sonido retro y la enseñanza no ya de sus padres, sino más bien de sus abuelos, no deja de agudizarse a medida que nos vamos anegando más y más en las aguas de este siglo XXI. Aún no se aproxima ni tan siquiera a la cuarentena, pero nuestro tierno, elegantón y repeinado miope californiano celebra su primera década de actividad discográfica con un sexto álbum que casi parece un manifiesto de afirmación personal. Todo suena todavía más añejo, esencial y genuino que de costumbre, partiendo ya de su radical apuesta por una sonorización en mono rocoso y riguroso y un prensado de sus vinilos con un gramaje de una contundencia gozosamente inusitada. Amigos audiófilos: esta es la vuestra.

 

La devoción por la causa vintage llega hasta el extremo de que casi la apelación estilística más contemporánea la encontramos en Late in the garden, donde todo, desde la acidez guitarrera a esa voz arrastrada a lo Lou Reed, remite al ideario de la Velvet Underground. Hecha la salvedad, los 11 temas restantes hunden su imaginario en músicas con al menos seis décadas de historia. Looking for a place, el tema inaugural, parte de un préstamo melódico de Summertime, mientras que el adorable Hide and seek apela a los girl groups de los primeros años sesenta, lo que nos invita a emparentarlo con The problem with a street (arranque de la cara B), orondo en percusiones y metales, así como en la reverberación de la voz, hasta acariciar los estándares del wall of sound de Phil Spector.

 

El rock primitivo de los cincuenta se da cita en (No) commitment, igual que el country se vuelve primigenio y sentimental con (Are you) hurting y las trompetas se recrean con la herencia mexicana en la extraordinaria It was the style. No es la única muestra de metales con querencias sureñas y fronterizas, como observamos en ese Plan for leavin’ para el que Waterhouse nos sorprende con una dicción casi dylanita y unos palpitantes coros femeninos.

 

Solo faltaba algún guiño al inmenso Roy Orbison para completar la ecuación, y eso sucede, dónde mejor, en el tema que da título a estas 12 páginas que, de tan chapadas a la antigua, se vuelven atemporales. A Nick le encantan las cosas bien hechas, lo que abarca también el prodigioso diseño de portada en blanco y negro; quizá un guiño a la fotografía clásica francesa, ahora que se nos ha mudado, tras finalizar una larga relación, desde las cálidas costas californianas hasta las tierras de nuestros vecinos transpirenaicos. Qué suerte cruzarnos con viejóvenes que lo tienen tan claro.

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