Nick Waterhouse es un monumento al desparpajo. Tiene el aspecto aseado de un vendedor de seguros, pero esa cabecita atesora mucha más información de la que cabría deducir en función del carnet de identidad. Suponemos que a estas alturas no es necesario aducir ningún pedigrí racial a la hora de afrontar con garantías un álbum de música negra, pero esta cuarta entrega del californiano constituye, por si cupiese alguna duda, un completísimo tratado de soul y rhythm ‘n’ blues ‘garagero’ en adscripción retro.

 

By heart, el sensacional tema de apertura, tiene el regusto a clásico contemporáneo que solo Amy Winehouse sabía imprimir a sus grabaciones. Y lo curioso es que el segundo aldabonazo, Song for winners, se remonta aún más lejos en sus inspiraciones y, con la vista puesta en los cincuenta, parafrasea aquel Shakin’ all over que no hace poco viviera una segunda juventud a manos de Eilen Jewell, otra de esas jóvenes que bucean en las discotecas de papás y abuelos.

 

Que un cuarto álbum opte por el título homónimo parece insinuar una voluntad de rearme, quizá porque el propio Waterhouse haya concluido que Never twice (2016) no gozó del mismo impacto y empatía que Holly, su clamoroso y muy laureado golpe en la mesa de 2014. Ahora, a sus 33 años, el gafotas de Santa Ana parece caminar a sus anchas. La producción de Paul Butler (St. Paul & The Broken Bones, Michael Kiwanuka) apuntala un catálogo eléctrico y musculoso en el que Whenever she goes (She is wanted) parece una reverencia a Allen Tousaint, se cuela un efectivísimo instrumental sin apenas recorrido melódico (El viv) y desempolvamos con una versión de I feel an urge coming on a la muy olvidada Jo Armstead. Bien, francamente bien.

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