Los caminos de la creatividad y la inspiración siempre son inescrutables, pero más aún si quien los transita es un espíritu libre, audaz y sin gobierno. Paul Webb, el hombre que se oculta bajo el alias de Rustin Man, encaja con creces bajo esos parámetros. Por eso debemos asumir que funcionará siempre por su cuenta. Por eso, este disco, inesperado como pocos, supone una sorpresa, un regalo y, sobre todo, una bendición.

 

Webb se ganó el prestigio y el sustento como bajista de Talk Talk, una de las mejores bandas de los ochenta y, con casi total seguridad, la más atormentada de todas ellas. Su debut con nombre propio no se produjo hasta una década después de que aquel cuarteto echara el cierre, pero ni siquiera fue exactamente un estreno solista: el fabuloso Out of season (2002) venía firmado a medias con Beth Gibbons, la hipnótica voz de Portishead. Desde entonces no volvimos a saber nada de él durante 17 largas temporadas, hasta que Drift code nos pilló en 2019 al borde de la desmemoria. Ahora, apenas 13 meses después, aquel trabajo encuentra su hermano menor. Aunque, por contenidos y similitudes, podríamos decir más bien mellizo.

 

Clockdust prolonga, sin duda, la fascinación soberana que nos genera este personaje esquivo, agazapado, libérrimo. Webb canta como si nunca hubiera contemplado esa posibilidad, con una voz tosca, agreste, desazonada. Y, sin embargo, esa garganta sin escuela ni adscripciones (más allá de su parecido con Robert Wyatt) acaba produciendo un efecto hipnótico, de abrazo sanador. Paul graba en su casa, escribe canciones lentas e irreproducibles en cualquier radio convencional, ni siquiera parece guiarse por el empeño de que le escuchemos. Pero, una vez que Clockdust acaricia el fieltro de nuestro giradiscos, se aferra a él y se vuelve irremplazable.

 

Drift code ya era un álbum crepuscular. Clockdust puede que llegue todavía un paso más lejos en esa dirección. Es una apología del color sepia y de los atardeceres del otoño, pero este año comprendemos mejor que nunca cuán sobrevalorada teníamos la primavera. Basta escuchar la atribulada Carousel days para comprender que Rustin Man añora otros tiempos. Y no le sirve con contárnoslo desde sus 58 años: la voz más parece la de un octogenario en el recuento final.

 

No es Clockdust un disco difícil. No exactamente. Es un disco melancólico, mucho. Pero esta vez no necesitamos esperar hasta otoño, qué va, para apelar a la melancolía. Por si fuera poco, desde Drift code hasta ahora perdimos a Mark Hollis, la voz afligida de Talk Talk. Como para no empaparnos de tristeza.

 

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