Sí, es cierto: puede que Simple Minds no atinen con un gran disco desde aquel Once upon a time de 1985, y de aquello han transcurrido ya (cuidado con los aprensivos) 33 añazos. Y también es verdad que ya entonces se los miraba con el gesto revirado, cuando ahora sus discos iniciáticos (Real to real cacophony, New gold dream, esas cosas) se tienen por joyas predilectas del post-punk. Las perspectivas, ya se sabe: siempre susceptibles de cambio.

 

Los grupos pegan bandazos igual que no somos ajenos a ellos sus oyentes, pero puede que Jim Kerr y Charlie Burchill, los únicos supervivientes de la alineación primigenia, acaben de entregar lo más apañado de estas tres últimas décadas. Es probable que a ratos, incluso, lo más excitante. No lo era su Acoustic de hace dos temporadas, repaso insustancial y desvalido a los éxitos de siempre. Tampoco lo acababa de ser Big music (2014), con más buena intención que acierto. Pero aquí regresamos a las primeras casillas de la partida y, ¡sí!, vuelve la pompa, el espesor sonoro, las baterías que retumban, los bajos muy marcados.

 

Magic es un pelotazo que hoy sería clásico si proviniera de los álbumes dorados, pero puede que aún quede más grabado en la memoria The signal and the noise, pura y excitante marcialidad sintetizada en la línea de la vieja Love song. Y para finalizar, acaso porque la nostalgia aflora sin que convenga reprimirla sistemáticamente, una inopinada lectura de Dirty old town. Por Glasgow. Por las noches de amistad y farra. Por (quién lo duda) los viejos tiempos.

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