Los niños, ya se sabe, terminan pegando el estirón. Y, con un poco de suerte, de hombretones se les pone el guapo subido. Los cinco chavalillos de Twin Peaks siguen teniendo aspecto de chiquillos, pero el tiempo les está sentando fenomenal: lo creamos o no, llevan ya seis años de actividad discográfica y este es su cuarto álbum. Y el salto estilístico respecto al tándem electrizante y revoltoso que representaba Wild onion (2014) y Down in heaven (2016) es tan inmenso que entran ganas de levantarse a comprobar la carátula y cerciorarnos de que no nos hemos equivocado al colocar el vinilo en el giradiscos. Twin Peaks orilla la urgencia y el salero de su punk de garaje para lanzarse de lleno al rock de raíces, a la música adulta. Dejan de ser tus bandarras favoritos para subir en la clasificación muchos puntos a los ojos de tu hermano mayor. El giro es decidido y virulento, así que habrá muchos desconcertados y alguno que otro que anote este Lookout low en el capítulo de las decepciones. En realidad, más allá del sobresalto, es fabuloso. A la altura del segundo corte, Laid in gold, ya andamos pensando en unos fantásticos nietecitos de The Band, mientras que los dos cortes sucesivos (Better than stoned, Unfamiliar sun) los colocan como vástagos honoríficos de Jeff Tweedy, su vecino de Chicago. Y el primer sencillo, el muy bailable Dance through it, parece un préstamo de Traffic pasado por un laboratorio de música disco. Para un álbum tan maduro, nada mejor que un productor como Ethan Johns, siempre elegantísimo: ahora que ya no hay necesidad de lociones contra el acné, él se encarga de planchar las camisas de cuadros y aplicarle el abrillantador a las melenas de los muchachos. El lector es libre de permanecer en el bando de los escépticos, pero cualquiera que escuche Lookout low, el maravilloso tema central, creerá haber descubierto la mejor banda perdida de los años setenta.

 

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