Es dueña Verde Prato de un universo enigmático y poderoso, un lugar que le pertenece solo a ella. Y esa circunstancia, tan necesaria y relevante para cualquier artista, cobra aún más significado cuando hablamos de una cantautora joven que afronta solo su segundo trabajo de larga duración. En términos clásicos, las siete composiciones que integran este Adoretua, y que apenas alcanzan los 26 minutos de duración, habrían recibido la etiqueta hoy en desuso de minielepé. Pero, más allá de consideraciones cuantitativas, lo más admirable es que en tan poco tiempo se muestre capaz nuestra Ana Arsuaga de exhibir y desarrollar tantas líneas distintas de inspiración.

 

Vuelve esta guipuzcoana de Tolosa (1994) a priorizar el euskera sobre el castellano (cinco canciones frente a dos), pero quienes no tenemos la fortuna de conocer su lengua materna haremos bien en descubrir que el vocablo Adoretua es un juego de palabras a partir de adore, el término en vasco para designar la valentía o el coraje. Esa  adscripción terminológica y la misma portada, con ese blanco y negro crudo y con mucho grano, tan árido y áspero como atractivo, ya aportan muchas pistas sobre lo que va a acontecer en estos surcos: un viaje por territorios personalísimos y nada trillados en el que se pueden intuir referentes (¿Kate Bush?) pero predomina siempre el criterio propio.

 

El beat ensimismado y robótico de Ahizpak marca unas pautas de partida que no tardarán en irse ramificando. Su pelo parece un reguetón deconstruido a cámara lenta, con más ánimo de abstracción que de movimientos acompasados de cadera. Y Ez zinen se erige en una especie de nana mínima y borrosa (esas fotografías tan esclarecedoras de María Murieda, otra vez), casi reducida al esqueleto. El efecto es más inquietante que plenamente adormecedor, con lo que Arsuaga vuelve a modificarnos los parámetros. Justo ese juego en el que tanta habilidad demuestra aquí.

 

Los interrogantes vuelven a arrinconar a las evidencias en la cara B, con Garai galduak convertido en un bolero raro y ensimismado. Su economía expresiva, tan característica a lo largo de todo Adoretua, acentúa un carácter más hipnótico que sensual mientras hasta el metrónomo se contagia de ese espíritu transita al ralentí. Y así llegamos hasta Niña soñando, que repite ese patrón vagamente reguetonero pero esta vez más acelerado y decidido, con algo más de velocidad y masa sonora. Es la cota más alta de efusividad que se permite nuestra Verde Prato, un misterio mágico y precioso para ir desentrañando poco a poco.

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