Qué estimulante esa sensación de encontrarse de pronto con un trabajo que se aparta de todo cuanto se estila por territorios ibéricos, una obra a la que no emparentamos al instante con un puñado de coetáneos de estética similar. Ese “ghost” del título le sienta muy bien como definición al sonido fantasmagórico y atmosférico que enarbolan la cantante Itziar Lember y el músico (o, más bien, hechicero sonoro) Jiroz, un tándem en el que la voz sugerente, casi narcótica de la una se fusiona con esa espesa maraña instrumental en la que nos adentramos casi como el explorador que emprende la incursión por mitad de la selva: dejándose envolver inevitablemente por la foresta, una sensación muy similar a la que sugieren todas estas capas de sintetizadores y ritmos programados.
The first ghost on Eris se articula dentro de lo que el mercado internacional catalogaría como dream pop, con apelaciones evidentes a Björk (esa segunda mitad de Symbiosis, un auténtico monumento a la belleza extática) y arrebatos de trip hop con los que también resulta obvio que tanto Massive Attack como (aún más) Portishead ocupan lugares preeminentes en el ideario. De ahí el enigma, el hechizo, la sensación de que Jiroz e Itziar no son solo intérpretes, sino más bien oficiantes de todo un ritual en el que nos vamos a sentir inmersos, o más bien atrapados, a lo largo de 40 minutos que deberíamos experimentar sin ningún tipo de interrupción (por favor: desconecten los malditos móviles)..
Ese es el marco estilístico de partida, las influencias más abiertamente confesas. Pero podemos atrevernos a sugerir alguna otra. En cuanto nos envuelve el tema de apertura, el excelente hasta en el título Yellow shoe ghost, la voz de Lember en su tesitura grave nos trae a la memoria a la ya eternamente añorada Marianne Faithfull. Y nadie nos impedirá recordar igualmente al Mike Oldfield más ambient, sobre todo a medida que la melodía vocal va evolucionando hacia la franja aguda. Esas sospechas oldfieldianas se incrementan con las notas límpidas, cristalinas y envueltas en eco que la guitarra eléctrica va desgranando en Dysnomia. En el caso de que la pareja no haya escuchado The songs of distant Earth (1994), el segundo álbum de Oldfield en sus años para el sello Warner, les encantará hacerlo.
El amor y la fragilidad. O la fragilidad misma del amor. La delicada –o, más bien, ínfima– frontera que separa lo que vemos y lo que se nos oculta, la luz que nos ciega y nos aboca a una oscuridad en ocasiones duradera. Son conceptos que se enfrentan y complementan, que nos abocan a un abrazo con el que Aurehl extiende a nuestro alrededor un tupido manto de misterio. No es habitual que una obra de música pop, y más aún tratándose de un primer álbum, acabe resultando tan sugerente. Itziar Lember también acredita experiencia como actriz, y puede que algo de ese gusto por la escena y el ritual acabe filtrándose en esta entrega tan atípica y profundamente cautivadora.