Los discos de Glen Hansard tienen la virtud de hacernos mejores personas. Puede que incluso nos adentren en un microcosmos de redención y esperanza, un espejo donde reflejarse sin que el tipo que nos contempla parezca más lerdo de lo estrictamente necesario. Ya desde los tiempos de The Frames o The Swell Season, el pelirrojo irlandés siempre pareció un artista extraordinario que rubricaba álbumes solo notables, pero esta tercera entrega con nombre propio seguramente bordee, por fin, el cum laude. Menos definido por los quebrantos afectivos que en ocasiones anteriores, Hansard ejerce la crónica, la cura, el guiño, el abrazo. Suena, como de costumbre, al mejor Van Morrison (“Lucky man”, “Why woman”), pero también sabe afilar la fórmula y pasar del soul céltico al sureño (“Roll on slow”), subir el volumen de las guitarras, envalentonarse, orillar el guion más previsible. “Between two shores” es un álbum tirando a breve (10 canciones, 42 minutos), y no nos habría importado tirarnos un ratito más entre sus surcos. Pero quizá esta fugacidad sea buena para propiciar la reincidencia. Glen abona el reencuentro, ha encontrado un lenguaje al tiempo sencillo y poético, nos hace sentir cómodos a su vera. Es descarnado, temperamental, sin pliegues. Y balsámico: “Wreckless heart” o “Time will be the healer” resultan conmovedoras hasta el sollozo. Y, lo dicho, nos hacen mejores.