Prometían los siete muchachos que integran Colectivo da Silva un tercer álbum diferenciado de sus antecesores por “la experimentación en algunas canciones, con ritmos menos comerciales y conceptos más psicodélicos“, pero preferimos dejar en cuarentena semejante afirmación. Ante todo, porque, digámoslo ya desde la segunda frase, El sol es un cañonazo. El septeto granadino siempre se ha caracterizado por un sonido vivaz, instantáneo y crepitante, pero estas 10 nuevas canciones parecen concebidas, por hacer bueno su título, para proporcionarnos un chute enérgico e instantáneo de vitamina D.

 

Porque El sol no podía haber encontrado mejor título para autodefinirse ni tendría otro lugar en el disparadero del calendario que la primavera para abrirse paso entre la vorágine de discos y más discos –entre ellos, abundante morralla– que nos pone en bandeja nuestra sobredimensionada y agotadora realidad digital. En medio de tanto ruido y tan poca nuez, reconforta encontrar el trabajo refrescante, honesto, amistoso y abrasador de siete criaturas apasionadas por el oficio y radicalmente determinadas a alegrarnos la vida. Y eso es lo que consigue este trabajo sincero y terapéutico que aborda la fenomenología del amor desde un optimismo acaso temerario, pero no exento de contraejemplos para cuando las cosas vengan mal dadas. Como ese dardo en Dar dos que bien merecería estampación para las camisetas que circulen por los tenderetes promocionales: “Y aunque tuviera siete días no te las voy a dar”.

 

Tanto Vacaciones (2019) como Casa Vargas, dos años más tarde, eran obras hedonistas que otorgaban vigor y estímulo, pero El sol golpea con mayor determinación y firmeza en la diana de nuestro amor propio y el anhelo por disfrutar de las cosas buenas que nos propicie este ratito que invertimos en el reino de los vivos. Alejados por completo de los movimientos estilísticos predominantes en su fecundísima ciudad, los Silva son en cambio fantásticos a la hora de integrar componentes tropicales, pop playero, africanismo para todos los públicos (Salta) y líneas de funk que evocan por sí solas esas bolas giratorias de espejitos. Es normal que ellos mismos apelen a Parcels a la hora de definir su fórmula, aunque con las mismas también los franceses Phoenix y hasta los norirlandeses Two Door Cinema Club podrían servir como estupendos compañeros de furgoneta.

 

No tenemos un ejemplo similar ahora mismo por los escenarios ibéricos, ni se han estilado estas influencias entre generaciones precedentes, así que CdS ha de luchar también con una cierta condición de rara avis que a veces les deja descolocados de cara a los oídos del gran público. Pero bastaría escuchar La película en mi cabeza (junto a Alicia Te Quiero, que aporta un adorable trasfondo cándido) o La luna y el sol como fondo de alguna comedia costumbrista de Martínez Lázaro para que abrazásemos esta causa soleada sin fecha de caducidad.

 

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