Las huestes de la música celta, gente siempre entusiasta y tenaz, no se habrán olvidado de Wolfstone, un sexteto escocés de folk con guitarras eléctricas que desde 1989 viene predicando una música enérgica y vivaz, tan refinada y exquisita como al tiempo festivalera. La banda sigue en activo, aunque lleva una década sin aportar ninguna entrega en estudio a las estanterías de novedades, una responsabilidad que su fundador, el violinista Duncan Chisholm, asume ahora con un trabajo minucioso y elaboradísimo, enteramente instrumental, con el que agranda su leyenda como autor de música tan enfática como lírica y evocadora, una banda sonora inmejorable para cerrar los ojos e imaginarse sobrevolando praderas, riscos, veredas y senderos escarpados en plenas Highlands.
Esa capacidad tan emocional para ponerle sonido a los sentimientos se sublima ahora con este sexto trabajo en su capítulo solista, una obra que ha concebido como postal sin palabras para que nos imaginemos 24 horas de recorrido por la remota isla de Skye. Y hasta aquel confín de hadas legendarias, castillos y acantilados nos transporta (y eleva) el imaginario sónico de estos 41 minutos apasionados que alternan, muy al gusto de los folcloristas, el lirismo y el arrebato. Una obra que encapsula una avalancha de melodías enfáticas y laberínticas, pero siempre sentimentales, con la que sentir lluvia, viento, oleaje y pasión por todo el cuerpo. Y no es metáfora: Black Cuillin dispara la curiosidad y la imaginación de quien quiera escucharlo con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos, porque sirve casi como un documental sin imágenes para aquellos parajes ignotos, agrestes, bellísimos.
Chisholm es un violinista de sonoridades cristalinas y endiabladas, y un maestro en el manejo de las dicotomías: compone con respeto sagrado a la tradición y alma plenamente contemporánea, y sabe alternar los momentos de recogimiento intenso con los estallidos de vitalidad, pasión y músculo. Entre los primeros, la melodía preciosa, mínima y repetitiva de When the snow melts se erige al instante en memorable, igual que la solemne y cadencioa The blue cuillin of the island. Pero, por supuesto, también hay margen para el arrebato con On the winds of chaos born, un título elocuente para una pieza de endiablados compases irregulares. O To the hight mountains, un medio tiempo que recuerda mucho el pulso elegante de los mejores Capercaillie; no por casualidad, el fundador de aquella banda, Donald Shaw, aporta su piano en tres movimientos de esta especie de suite paisajística.
No representa Black cuillin ninguna revolución para la música celta, pero sí logra un espléndido equilibrio entre modernidad y ancestros. Y demuestra no solo el vigor, sino también la vigencia de un género con altibajos en su popularidad, pero profundamente enraizado y siempre valioso.
¡Wolfstone! Recuerdo que los vi en Cartagena en el 97, y me firmaron el CD Year of the Dog.
Desconocía la carrera en solitario de Duncan, voy a ponerle remedio ahora mismo, seguro que hay muchos tesoros por descubrir.
Gracias y un saludo, Fernando.
Gracias a ti por la respuesta, interés y amabilidad, Mariano. Que disfrutes con los demás discos de Duncan 🙂
Gracias, Fernando, Estupenda crónica para un disco inspirado, poderoso y, tantas veces, hechizante. Un fuerte abrazo