No, por fortuna no nos encontramos ante un disco de new age o la banda sonora para una convención de la Cienciología, aunque esa portada con una pirámide en levitación no parece la más acorde con el contenido. Pero en el interior se produce el reencuentro con el bueno de Marcos del Ojo, nuestro siempre singular Canijo jerezano, que anda ya por la cuarta entrega en nombre propio desde la disolución de sus Delinqüentes. Y que alardea de un desparpajo radiante, de esa sinceridad espontánea, barrial y callejera que le coloca entre los seguidores más avezados tras la estela del inalcanzable Kiko Veneno.
Olvidémonos pronto del soponcio de la carátula, porque estas Constelaciones de humo son a menudo afortunadas y siempre libérrimas, comenzando por la decisión poco frecuente de abrir boca con un tema instrumental –el que da título al álbum– a la manera de Santana. El Canijo de Jerez entra en materia con Esto es una ruina, y su inicio demoledor (“Dios hizo el mundo y no le salió muy bien / se le fue de las manos y ya no tiene na que hacer”) certifica la sagacidad mordaz de nuestro protagonista, una visión entre guasona, lúcida y descreída que ni siquiera precisa de apocalipsis planetarios para afilar el lápiz. Porque conste que Marcos cerró este repertorio ya en 2019, cuando aún no teníamos mucha idea de virología.
Han transcurrido 16 años ya desde la muerte prematurísima de Migue Benítez, su alma gemela en los albores de Delinqüentes, pero el recuerdo de aquel amigo fraternal alienta Resplandor, un homenaje sentidísimo, emotivo y nada edulcorado (“seguro que ahora gastas nuevas letras / ya me las cantarás cuando te vuelva a ver”). La casi inevitable incursión en el reggae se concreta con Juanito Manoverde, burlona y jocosa. Pero también hay momentos en que baja el pistón e irrumpe el lirismo a medio tiempo de Besos de flores o la que musicalmente es, de lejos, el mejor exponente del álbum. Hablamos de No tengas miedo, a medias con La Mari (Chambao): un prodigio de construcción con su puente etéreo, ese estribillo emocionante que se estira durante más compases de los esperados y hasta una coda instrumental muy conseguida.
El Canijo sigue cantando a su manera, con esa heterodoxia canalla, rumbosa y rumbera que le hace tan peculiar. No hay ínfulas ni aspavientos, pero sí bofetadas a nuestra condición de hombres hiperactivos y permanentemente conectados con el resto del planeta. Escuchen La rutina suicida y su defensa del dolce far niente (al menos circunstancial) frente a la tiranía de los celulares y la vida moderna, y comprenderán que este tipo esmirriao, barbudo y de melena alborotada no tiene un pelo de tonto.