Los flamencólogos concienzudos y los amigos de la letra pequeña ya saben de sus andanzas desde muchos años atrás, pero por fin ha llegado el momento de que Keko Baldomero asuma un protagonismo para el que se haya sobradamente cualificado y su nombre comience a hacerse familiar entre el gran público. Artista en edad de plenitud a sus 36 años y gaditano del barrio de Santa María (esto es, de pura cepa), Baldomero despuntó desde muy joven en el arte del acompañamiento junto a José Mercé y en las últimas temporadas ha ejercido como director musical de Sara Baras y bastión instrumental indispensable para su paisano David Palomar. Pero la imponente presencia de su guitarra bien merecía este salto adelante, el tránsito del meritorio papel gregario a la flamante titularidad. Y parece obvio, con este Respira el aire ya entre las manos, que el reconocimiento llegará más pronto que tarde.

 

Keko es músico de poca floritura y mucha clase, educado en la sobriedad de su maestro Manolo Sanlúcar, que marca impronta. Y se nota aquí ese gusto por la nota fina y límpida, un manejo de la exquisitez que no busca tanto el virtuosismo como el tacto cálido. Tiene dedos agilísimos, pero hace que lo suyo parezca cosa sencilla. Y aporta, sobre todo, esa luminosidad gaditana tan natural y característica. Esa querencia por la bulería y las alegrías. Esa manera de sonreír a través del trino centenario de las seis cuerdas.

 

Ha sabido convocar Baldomero a la aristocracia flamenca más cualificada, con Israel Fernández (¿nuestro cantaor en más evidente estado de gracia?) para el espléndido tema titular y José Mercé devolviendo tantos años de complicidades y respaldos con Espigón de Sancti Petri. Incluso nos llevamos la sorpresa final del lírico, sosegado y preciosista Seré un recuerdo, mano a mano entre un Keko contemplativo y melancólico y el violín razonablemente comedido de un Ara Malikian en su mejor versión. Hay, en definitiva, mucho que escuchar aquí. Hay, sobre todo, un nuevo nombre que memorizar y del que enamorarse.

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