Pequeños detalles sin mayor importancia. José María Guzmán no se puso a trabajar con la suficiente antelación en su particular celebración de los 50 años del trascendental primer y único álbum de Solera, el efímero cuarteto que compartió en 1973 con Rodrigo García y los hermanos Martín. Así las cosas, esta recreación conmemorativa ha terminado coincidiendo en el calendario con el medio siglo de vida de Señora azul, el todavía más mítico primer elepé de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Pero el desajuste no deja de ser una anécdota, porque aquí lo sustancial pasa por rendir tributo a un trabajo que ya resultaba fabuloso cuando vio la luz y que ahora, revisado y regrabado, no hace sino confirmar su propia excelencia.
Con esta recreación de las 11 canciones de Solera concurre una circunstancia francamente inusual en este tipo de efemérides: la nueva versión no ensombrece la original, pero la engrandece y revaloriza con unas lecturas frescas, actualizadas, vívidas y nada redundantes. Guzmán huye de la tentación de los arreglos enrevesados y no modifica nada sustancial en la parte melódica ni armónica de las canciones originales, que así resultan disfrutables y reconocibles desde la primera escucha. Pero las actualiza y rejuvenece con un sonido fresco, espontáneo, directo y muy lindo, por supuesto alejado de extravagancias como incursiones en la electrónica u otros estilos alejados del pop de autor que deslumbró medio siglo atrás a los no muchos aficionados que repararon entonces en el colosal tesoro que aquellos cuatro veinteañeros habían registrado junto al productor Rafael Trabuchelli en los estudios de Hispavox, en la madrileña calle de Torrelaguna.
Con Señora azul ocurriría otro tanto de lo mismo menos de un año más tarde: fue un disco deslumbrante que en su momento pasó de puntillas, puesto que se adelantaba a su tiempo y al ecosistema musical español, y además tampoco gozó de presencia en los escenarios. La ópera prima de CRAG figura ahora en los cinco o 10 primeros puestos de todas la clasificaciones de los mejores discos españoles de todos los tiempos, mientras la solitaria colección de Solera, aun muy bien clasificada, suele ocupar una posición más discreta. Pero Solera puede mirar a Señora azul a la cara porque se beneficiaba del momento de gracia que atravesaban Rodrigo y el jovencísimo Guzmán, pero también aquellos dos hermanos andaluces, José Antonio y Manuel Martín, que ya habían grabado un par de trabajos a dúo bajo la rúbrica de José y Manuel. De hecho, Una singular debilidad, creada por el tándem fraternal (aunque con impagable letra de Rodrigo sobre un modisto gay), ya destacaba entonces y vuelve a brillar ahora como una gema superlativa, más aún con el aderezo de la voz arrastrada del joven Íñigo Bregel, líder de los cántabros Los Estanques y uno de los mileniales que han descubierto el valiosísimo filón de la música española de los setenta.
Otro de esos jóvenes sin complejos, el barcelonés Pigmy, extrae nuevos aromas medievales y trovadorescos a esa joya poco divulgada que es El discípulo de Merlín, mientras la celebérrima Linda prima se convierte en una gozosa fiesta intergeneracional gracias a la sucesión de voces que protagonizan Guzmán, Nacho Campillo (Tam Tam Go!) y Txetxu Altube (Los Madison, Los Secretos). El otro éxito memorable de la grabación de hace 51 años, Calles del viejo París, se transforma ahora en tango –una fórmula que el original pedía a gritos– por mediación del televisivo Manu Pilas.
Hay, en suma, una sensación de relajo, complicidad y bienestar en toda esta recreación que la hace no ya agradable o nostálgica, sino revitalizadora e irresistible. Para quienes no se percataran en su momento, esta es la ocasión de sucumbir a clásicos latentes como Noche tras noche, Volverás (una preciosidad de Rodrigo que aquí engrandecen entre Guzmán, Julio Castejón y Javier Bergia: ¡maravilla!), Juan (con el imprescindible Pepe Robles, de Módulos) o Tiempo perdido, trepidante y reactivada junto a Javier Ojeda, de Danza Invisible, y Pablo Martín, de La Tercera República. El frío dato numérico revela que José María Guzmán cumplió en febrero 72 años y, como ya hemos dicho, el disco de Solera ha sobrepasado las cinco décadas. Y todo ello es tan cierto como que este 50 años con Solera es una bendición y un acto de justicia con una obra que, siendo ya imperecedera, ahora se ha vuelto inesperadamente refulgente.
Fernando,
¡Qué gustazo seguir aprendiendo sobre el maestro Guzmán, con crónicas como esta que nos regalas! Aún guardo una casette de un concierto de Cádillac, de esos que grababas “a trozos” entre pause y record con 15 años (y ya son 56).
Aprovecho para recomendar este nuevo disco de Guzmán! 72 años, pero que pedazo de voz!
Un abrazo
Gracias por escribir, Enrique. Qué habría sido de nosotros sin esas casetes con grabaciones radiofónicas… (L)
Fernando, me ha encantado tu reseña, donde vuelves a dejar de manifiesto tu impecable gusto musical. Sólo una puntualización , creo que Pablo Martín es el cantante de la Tercera República. Saludos desde Moratalaz…
Madre mía, menudo lapsus tonto. Muchísimas gracias por avisar con tanta amabilidad, Chema, y por esa lectura cariñosa y atenta. He aprovechado para corregir el patinazo en el texto. ¡Viva Moratalaz!
Me ha encantado tu crónica, que hace justicia a un grandísimo disco y a un artista genial (olvidemos, para no cabrearnos más, la humillación que sufrió en su participación en un ¿talent? show de Antena 3, donde 4 catedráticos de la ignorancia – el jurado – desconocía al Artista). Sólo una corrección, es la calle Torrelaguna, de donde viene el apelativo de “Sonido Torrelaguna” que se aplicaba a las producciones de Trabuchelli.
Muchas gracias por tu comentario, Miguel Ángel. Madre mía, qué lapsus: he escrito “Torrelaguna” y he pasado por esa calle miles de veces, pero… me fui con la cabeza a Cantabria. ¡Mil gracias por avisar, corregido!