Los Mejillones Tigre encarnan una fórmula tan rara como sabrosa, así que el motivo es doble para incluirlos en la relación de especies protegidas. No hay nadie como ellos por tierras ibéricas, y menos aún en una capital de provincia como Jaén, de tamaño pequeño y encanto enorme. El sexteto que más presupuesto destina en toda la península a camisas estampadas con mucho colorinchi ya no nos pilla tan de sorpresa como la primera vez que supimos de ellos, pero lo mejora todo: la versatilidad de sus ritmos bailables, esa guasa entre tropical y surfera que se gastan mientras menean las osamentas y hasta el espíritu risueño y bienhumorado que alienta todo su trabajo, y que aquí salta a la vista antes incluso de desprecintar este tercer álbum. Porque hay que manejar con mucha soltura la sorna para decantarse por un título tan socarrón como Me gustó más el libro, que combina bien con esa preciosa portada de vanguardismo casi jazzístico pero pone en bandeja la principal de las conclusiones: antes que cualquier novela o peli de medio pelo, decantémonos por un discazo como este.
Los artífices de lo que gustan en denominar “garage tropical” se decantan por un disco rabiosísimamente analógico, en su literalidad (Carlos Díaz a los mandos en el estudio granadino de El Cobertizo) pero también en espíritu. Pero lo mejor de estos 12 zambombazos es que no suponen un ejercicio de arqueología, sino una mirada sagaz al presente desde las enseñanzas de los pioneros. Es difícil no acordarse de Bruno Lomas ni imaginarnos en una matiné del Price ante un soul tan desmadrado como Tiene que ser, igual que el hechizo eterno de Los Brincos alienta la muy bailable En la playa, cándida y socarrona pero con su preceptiva carga de profundidad. Y esa es una constante en buena parte de este vinilo: la proliferación de historias que, más allá de su instantánea frescura, encierran una dosis de vitriolo, sagacidad y mala baba. Y nada como la denuncia del cuñadismo en la memorable Mejor que tú para avalarlo.
Nuestros moluscos de cabecera abren boca esta vez con una cumbia interplanetaria, Cumbiando el espacio, en la que ya aflora el gusto irremediable por esos teclados de serie B y pelis cutres de ciencia ficción. La socarronería cumbiera regresa en El diablo, igual que la fascinación por el cine de terror aflora en Luna azul. Porque, más allá de las gafas oscuras y el estilismo polícromo, estos treintañeros atesoran una mochila gigantesca de cultura pop y una capacidad muy saludable para tocar narices y meter dedos en llagas. Ahí está la puerta recuerda al Supremo director de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, y además también destila hartazgo. Y A mi ritmo se baila puede resultar divertidísima, pero a la vez radiografía la incomodidad de las jerarquías: “La razón la tengo yo, no hay posible discusión / Ya lo sabes, ya lo sabes: hagas lo que hagas, siempre llegas tarde”.
Para redondear el menú, nos quedan al menos tres platos de alta escuela. Mirando al cielo es una trepidante guajira cubana que haría enormemente feliz a Carlos Santana, Bugalú hace honor a su título (desde la heterodoxia) en torno al piano trepidante y juguetón del también jiennense y estupendo Chico Pérez y Desde abajo echa el telón con un calypso dulzón y cadencioso de letra envenenada sobre el pisoteo al prójimo: “Desde abajo hacia arriba: desde arriba vas a caer. Ay, todo tiene un final y el tuyo está muy cerca ya”. Los Tigre son directos, incisivos, listísimos y muy singulares. Prográmenlos en las mejores fiestas, pero sin perder de vista su diente afilado.