A veces suceden cosas fascinantes. Y en ocasiones, por los motivos más variados –pandémicos o no–, cuesta darlas a conocer. Micka Luna transita por este 2020 de puntillas, pero este 11 es uno de los estrenos más insólitos e ilusionantes que se ha alumbrado en territorio peninsular este año de todos los sobresaltos. Un ejercicio de trip hop, pop sintetizado y otros universos sonoros particularmente subyugantes a cargo de un compositor que ya acumulaba un bagaje significativo en el ámbito de las bandas sonoras, pero que todavía no había estampado su nombre en la portada de un elepé.
Esa paradójica condición de veterano debutante hace de 11 un trabajo ilusionado pero maduro, profundamente personal, sincero y descarnado en la elaboración. La voz de nuestro protagonista catalán conmueve más que abruma, es frágil pero compacta y transmite una tenue sensación de tristeza evocadora. Sleeping pills, el sobresaliente corte inaugural, nos lo presenta como un Dave Gahan que se ha levantado con más congoja que drama en la coctelera de las emociones. Y los medidores de excelencia se disparan ya de forma definitiva con You’ll never catch me y su altísima concentración de talento exquisito: cinco minutos con los refuerzos de Adrian Utley (Portishead) en los sintetizadores, las programaciones de Euan Dickinson (Massive Attack) y, por si faltara alguien, Leonor Watling ejerciendo como deidad frente al micrófono.
You’ll never… es, para más señas, un rescate de Íngrid (Eduard Cortés, 2009), uno de los largometrajes que Luna ha venido enriqueciendo con sus partituras de trazo fino. Pero Luna no precisa de acompañantes de renombre para pergeñar momentos profundamente magnéticos y envolventes, con The wall como máximo ejemplo de esa capacidad para atraparnos con un manto electroacústico sobrecogedor. Ecos de Marc Almond, Ultravox o Bowie salpican un disco de sinceridad catártica. Canciones, a lo que se ve, que en muchos casos llevaban años confinadas en el cajón. Qué bueno que 2020 haya sido el año de su desescalada.