Con esa línea melódica vagamente reminiscente de A day in the life, de The Beatles, Lonely road es un tema de apertura que sienta las bases de un álbum con ingredientes clásicos, aromas duraderos y aspiraciones eternas. La que fuera vocalista de Wild Belle se ha propuesto con su segundo álbum en solitario reivindicar el valor del susurro y la vida con los pasos cortos y los pies descalzos. Si es una diva, tal circunstancia acontece a su pesar: Natalie Bergman es una mujer tan evanescente como estas 12 canciones etéreas, atemporales, imperecederas. Casi siempre arrimadas al soul femenino de los sesenta (Gunslinger), a menudo revestidas con tenues ropajes de cuerdas, coros que ululan, órganos pudorosos (Dance) y el tacto fino y casi imperceptible de la gasa. Nuestra Linda Mirada sería una estupenda aliada vocal para cuando la de Chicago (aunque afincada en Los Ángeles) acertara a visitarnos.
Quizá algunos recuerden los antecedentes, que son bien dolorosos. Justo después de publicar con su hermano el tercer elepé de los Belle (Everybody one of a kind, 2019), el padre y la madrastra de los Bergman fallecieron atropellados por un conductor bebido y la artista se recluyó en un monasterio de Nuevo México. De allí salió anímicamente rearmada como para abordar su debut en solitario, aquel Mercy que ahora, cuatro años más tarde, encuentra un sucesor menos impregnado en el góspel y con la diversidad propia de un alma sensible y revitalizada. Porque en el aire angelical y esperanzado de You can have me late el espíritu de los mejores Carpenters, igual que My home is not in this world serviría como sintonía para una serie de cabecera soleada en las infancias de los años setenta.
Lo de que “Mi hogar no es de este mundo” sirve, sin duda, como declaración de principios para esta treintañera que jamás alza la voz y deposita sus mejores confianzas en la armonía, la concordia, la belleza y la paz interior. Elliot, su hermano y tantas veces compinche, asume la producción con una descarada apuesta por la técnica analógica, además de aportar flautas o marimbas que acrecientan la sensación de autenticidad y espíritu vulnerable.
La reciente maternidad sirve como espoleta para la esperanza en Song for Arthur, mientras que el r&b tenue y ternario reina en Looking for you y el tiempo parece casi deternerse en la parsimonia absorta de Didn’t get to say goodbye. Natalie anda aún lejos de los 40 y pertenece por edad a la generación milenial, pero ella, en efecto, no pertenece a este mundo desquiciado. Qué suerte contar con un ejemplar de My home… a mano en la estantería