Puede que a Rambalaya podamos tomarlos por unos nostálgicos, seis tipos barceloneses uniformados con chalecos más o menos chillones que no solo asumen su propia anacronía, sino que hacen causa artística de ella. Pero qué bien que existe gente así, tipos dispuestos a recurrir a viejas manifestaciones musicales que, casi siete décadas después de sus primeras formulaciones, no solo conservan todo el encanto sino que pueden experimentar su propio proceso de actualización y puesto al día. Siguiendo los patrones clásicos, ante todo, pero también aprovechando para abrillantar aquellos sonidos del rock iniciático (o de los crooners más populares) y acercárselo a generaciones que no habían tenido ocasión de acercarse a ese universo.

 

Only in my dreams es, en ese sentido, un disco tierno y entrañable, empeñado en huir de toda modernidad afectada (e impostada) y con las raíces hundidas en aquel universo de ilusión y una rebeldía todavía un tanto cándida con la que Elvis y otros tantos pioneros de aquella generación se hicieron con unas cuantas páginas imborrables en la historia. Con todo, la banda del batería Anton Jarl –líder, ideólogo y compositor principal desde el fondo del escenario– y el cantante Jonathan Herrero apela no solo a la década de los cincuenta, sino también a aquel Presley que en 1973 se encerró en los estudios de la Stax, en Memphis, y legó para la historia sus últimos destellos irrefutables de genio. De ahí la importancia que saxo y trompeta terminan asumiendo en la alineación, con querencia a escorarse hacia el soul aterciopelado y el rhythm & blues vigoroso a poco que la ocasión lo merezca.

 

La voz corpórea y bien timbrada de Herrero es uno de los grandes activos evidentes de Rambalaya, hábiles en trenzar un repertorio sin tacha y con el ejemplo de divinidades de la tristeza como Roy Orbison siempre en el espejo retrovisor. Lo de abrir un álbum con un tema titulado Cry puede servir como homenaje tácito, subliminal o inconsciente, pero marca desde el comienzo el territorio de juego. Y la evocación a otros grandes de aquel pop iniciático con mucha noche, romance y melodía, los Righteous Brothers, también parece palmaria en el caso de Only in my dreams. ¿Y qué hablar de Rider with no head y sus parecidos razonables con Tom Jones? Temas cortos y directos, al primer toque: un álbum descomplicado, pero muy propicio para el disfrute y la media sonrisa.

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