En contra de lo que pretenden hacernos creer las estadísticas de escuchas de Spotify, aún queda holgado margen para la esperanza entre esa generación de veinteañeros sobradamente preparados y libres de prejuicios que van incorporándose al catálogo de referencias contemporáneas relevantes. Alex O’Connor aún no ha cumplido a día de hoy los 24 años, pero Who cares es ya su ¡cuarto! elepé bajo el sello de Rex Orange County y la demostración palpable de una facilidad casi insultante para las melodías atemporales, deliciosas e instantáneas, infinitamente más cerca de las emisoras de onda media que escucharan sus padres que de la férrea dictadura de los ritmos urbanos y ese autotune asilvetrado, salvaje y sin miramientos que quieren imponernos los algoritmos.

 

Who cares es un disco muy amable –incluso en demasía, a ratos– y tan inmediato que sus 35 minutos transcurren no solo en un vuelo, sino con una creciente sensación de familiaridad. O’Connor ha escuchado con seguridad mucho soul de los años setenta, con escala obligatoria en Stevie Wonder, pero su apego por la escritura al piano le convierte en un discípulo por ahora lejano de Randy Newman y en el tipo de jovencito al que Elton John acabe proponiendo alguna colaboración. El aderezo moderno lo proporciona su amistad con el rapero Tyler, The Creator, que ya ejerció de mentor y descubridor hace cinco años y que ahora asoma para aportar unos gramos de rima y negritud en Open a window.

 

Como Rex Orange County tiende a hacerlo todo fácil, al menos en apariencia, el trabajo se ventiló en Ámsterdam a lo largo de una estancia de apenas dos semanas durante las que el ensoñador muchachito de Hampshire tuvo tiempo de escribir, arreglar y registrar la entrega íntegra. Esa liviandad acaba trasladándose a la grabación, que suena espontánea y a ratos también escasa de fijación: no le vendría mal un poco más de minuciosidad en algunos desarrollos, en particular esos arreglos de cuerda acartonados y sin relieve, como si se hubieran escrito en un cuarto de hora a partir de los moldes del primer curso de armonía.

 

Tampoco le vendría mal un poco de variedad temática a un disco en el que O’Connor reincide en su imagen de chavalillo inseguro y titubeante que al final solo encuentra estabilidad y asideros en brazos de su amada. El argumento, de tan reiterado, puede producir un cierto desapego, pero no hemos venido aquí a hablar de un maestro en filosofía, sino de una gran esperanza para el pop blanco de la generación Z. Y canciones tan ejemplares como Shoot me down, One in a million y, sobre todo, Amazing, avalan a su firmante, ese chiquillo afable que, muy en sintonía con su cercanía afectiva y emocional, se retrata entre mascotas y sin calzar, como si nos hubiera franqueado la entrada al salón de su casa. Ahora solo falta que siga escuchando los grandes discos de Fleetwood Mac –que, a juzgar por The shade, seguro que figuran en su estantería de favoritos– y evite la tentación de acercarse más de la cuenta a Ed Sheeran o Jack Johnson. Por nuestro bien, pero también por el suyo.

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