Hay al menos dos cosas claras en la historia de estos cinco muchachuelos de Melbourne. La primera, que siempre competirán contra ellos mismos y el recuerdo de su debut, aquel fabuloso Hope downs (2018) que disparó su cotización en los mejores paladares roqueros de medio mundo y les convirtió fulminantemente en una de las bandas imprescindibles de la década. La segunda, que conservan el don de la canción adictiva al instante, una virtud anhelada por miles de bandas, alcanzada por un porcentaje ridículo de ellas y acreditada en un porcentaje envidiable de estas 12 nuevas canciones. Parece difícil, por ejemplo, contener el movimiento corporal ante sacudidas como My echo e igualar sus ansias expansivas y liberadoras, pero los australianos agudizan los niveles de autoexigencia y no conceden ni un segundo de reposo antes de suministrarnos Dive deep, más mesurada en velocidad pero adorable en guitarras crepitantes, bajo machacón y estribillo con los chavales voceándolo todo al unísono.
Inmersos en esa especie de permanente rivalidad con ellos mismos, el triángulo de cantantes y guitarristas que integran Fran Keaney, Tom Russo y Joe White se esmera en desplegar ganchos rítmicos y melódicos por todas partes. Son pegadizos y resultones a la manera de una avalancha: o disimulan como unos actores consumadísimos o estos cinco tipos disfrutan con su trabajo como auténticos enanos.
Endless rooms nació y se grabó durante unas semanas de convivencia en una cabaña remota, perdida en mitad de la inmensidad y a orillas de un lago, un entorno celestial que debió de servir para estrechar aún más la camaradería y las ganas de perpetrar diabluras conjuntas. De ahí el tono casi punk y despiadado de Saw you at the Eastern beach o esos teclados inusuales pero desmesuradamente divertidos de The way it shatters. Y como telón de fondo, claro, el empeño de servir como revulsivo frente a todo el cruel dolor de la pandemia y las ganas de tocarle un poco las narices a los más pacatos.
Nada sería igual en el ecosistema de los RBCF, bien es cierto, sin los antecedentes gloriosos de sus paisanos Green on Red y Go-Betweens, que sentaron las bases de este sonido en apariencia desaliñado pero minucioso y efectista en último extremo. Puede que el tema titular, extrañamente, sea el más anodino del lote, pero el pálpito guitarrero y esa habilidad para que nos sintamos con el flequillo mecido por la brisa costera revive en la página final y definitiva, Bounce off the bottom, a caballo entre el canturreo y el recitado. Así son ellos: todo les sirve para alegrarnos la vida.