Sería extemporáneo seguir asociando el nombre de Salvador Sobral solo con el del muchacho que ganó Eurovisión para Portugal en 2017. Ni siquiera ha caído nadie la tentación de rescatar aquella pieza, la preciosa “Amar pelos dois”, para un álbum que es reinicio, refrendo y graduación. Apagados al fin los ecos de las ceremonias pintorescas y superados los graves problemas de salud, podemos centrarnos en la trayectoria artística de Sobral y barruntar que nos encontramos ante uno de los artistas más sólidos y fascinantes que han conocido los escenarios de nuestros vecinos ibéricos. “Cuando vi que había sobrevivido, tuve que pensar en maneras de pagar la renta”, bromea el interesado, y a tenor de lo visto y oído, solo nos queda desear que le queden muchos años de alquiler por delante. Sobral tiene el valor de afrontar la canción portuguesa desde una perspectiva netamente jazzística, con un trío como soporte básico en el que asombran el vigor de Júlio Resende y el pulso melódico que André Rosinha imprime a su contrabajo. Es un repertorio que bebe de fuentes muy nobles, desde el ilustre cancionista Rui Veloso (y, en menor medida, Vitorino) a la miel de Caetano Veloso en las notas agudas y el poso lusitano de António Zambujo, que comparte “Mano a mano”. Pero, en última instancia, Salvador consigue en este primer álbum internacional sonar solo a Salvador. Con su garganta prodigiosa, dúctil y versátil; con su hermana Luisa destapando el tarro de las esencias familiares en “Prometo não prometer”, con hechuras de ‘crooner’ lusófono en “Benjamin”. Incluso intercala piezas en castellano, inglés y francés sin que parezca una maniobra diseñada por su departamento de marketing. Porque esto, señores, es un disco en primera persona. Y hay motivos holgadísimos para que nos felicitemos.