Con el bueno de Mike Scott ha habido que irse acostumbrando a sus maneras algo excéntricas y a veces erráticas, a una trayectoria impulsiva y en ocasiones también compulsiva en la que a largos silencios sucedían discos en avalancha, rescates abrumadores de material en su día orillado, trabajos firmados en nombre propio o como ese Chico Acuático con el que opera ya desde la bonita cifra de 36 años. Esta nueva entrega encierra lo mejor de su modus operandi, pero también algo de lo malo: llega dos prudenciales años después del ambicioso Out of all this blue y, lejos de ser un disco doble, se circunscribe a tres cuartos de hora pero deja la sensación de que podría haberse abreviado. Al de Edimburgo le sucede en ese sentido un poco lo que al inolvidable Prince Rogers Nelson, que en gloria esté: su genialidad colisiona con el desenfreno, esa cierta incapacidad para aplicar filtros y meter la tijera allá donde se incurra en redundancia o medianía. Con alguien que le hubiera ayudado en una mínima purga estaríamos hablando de un álbum muy brillante, o al menos más redondo aún que el ahora reseñado. Un buen asesor le habría hecho ver que Right side of heartbreak, nada menos que el primer sencillo, encierra un atildamiento de producción bailable como las páginas menos inspiradas de sus paisanos de Deacon Blue. Y, sobre todo, le habría reconvenido sobre Take me there I will follow you, con esa pátina de hip-hop ante la que se torna muy difícil la indulgencia. Y es una pena, porque el Scott deslumbrante también aflora, y de qué manera, en la canónica Ladbroke grove symphony, orquesta un encantador homenaje a Mick Jones, el guitarrista de The Clash, en London Mick, y recupera su pasión por la literatura clásica en Then she made the lasses-O, una adaptación de un texto clásico de Robert Burns, Green grow the rushes-O, muy querido entre los músicos de folk (escúchensela a Eddi Reader, por ejemplo, entre docenas de versiones). Y todo ello para llegar a la gran joya de la corona, esos nueve minutos finales de Piper at the gates of dawn, en los que el recitado de El viento en los sauces se acompaña de una maravillosa meditación sonora de celtic-soul ante la que el propio Van Morrison haría genuflexiones. Así sí, querido Mike.
Buenos días, Fernando. No se puede estar más de acuerdo (como casi siempre) con esta disección que haces de la entrega de este chico malote. Ay, si no fuera tan impulsivo y sí más reposado. ¡Qué páginas más brillantes (todavía más) nos hubiera regalado!
Felicidades por UDAD.
Qué amable, Antonio. Muchas gracias por leer y estar ahí. Lo de estar o no de acuerdo, más o menos veces, no es tan importante: se puede disentir todo lo que sea necesario. Pero el calorcito se agradece mucho 🙂