Seamos honestos: nadie podrá decir que estuviera esperando con ansiedad este segundo disco de A Girl Called Eddy. 16 años, ¡16!, después de su fantástico y homónimo debut, el proyecto de la delicada y melancólica Erin Moran se nos había difuminado en la memoria, por mucho que su mentora hubiera asomado la cabeza en 2018 con un restringido proyecto colaborativo denominado The Last Detail. Been around es, en consecuencia, un invitado sorpresa en nuestro giradiscos, pero su precioso vinilo blanco ha llegado para instalarse definitivamente en el salón. Porque estas 12 nuevas composiciones de la muchacha de Nueva Jersey son un regalo inesperado, sin duda; pero, superada la sorpresa, representan un ejercicio supremo de escritura en modo añejo, refinado y atemporal. Ninguna de estas composiciones habría desentonado en álbumes que atesoramos desde varias décadas atrás, una circunstancia que algunos interpretarán en términos de nostalgia pero más bien parece un compromiso con la belleza atemporal. Porque Erin no pretende descubrir la pólvora, pero, en estos tiempos de consumos efímeros, lo revolucionario de su propuesta es que haya sido capaz de escribir con tanta finura una docena de canciones en las que no dejan de sucederse los detalles, en las que la autora jamás se decanta por la solución creativa más rápida o evidente. De ahí que Been around, el tema inicial, ya nos sitúe en la estela de los Carpenters (o, por extensión, del universo que desde hace unos años representa Rumer), igual que el fabuloso Big mouth haría regodearse de satisfacción al mismísimo Burt Bacharach y Not that sentimental anymore y algún otro ejemplo podrían ser fruto de un taller creativo junto a Carole King. Pero los préstamos estilísticos más evidentes nos conducen hasta los años ochenta: la sombra de Prefab Sprout es muy obvia en dos de los cortes, Jody y Finest actor, mientras que Someone’s gonna break your heart, una de las canciones más adorables en estos primeros compases de 2020, podría pasar por el mejor sencillo de The Pretenders en el último cuarto de siglo. Daniel Tashian es el encargado de redondear el sonido en un trabajo sin ningún interés por la innovación, pero empeñado en resultar rematadamente delicioso. Y conseguir tal objetivo de una manera tan clamorosa no deja de ser, en efecto, revolucionario.