No disimules: ni siquiera tú esperabas este disco. En ninguna de sus acepciones. Su existencia misma, ante todo. Alan Parsons lleva 14 años sin pisar unos estudios de grabación, hacía caja con giras por medio mundo teñidas de nostalgia y no dejó ver indicios de que anhelaba a estas alturas incrementar su repertorio. Pero tampoco era fácil prever la excelencia, y The secret no solo es solvente –que con un firmante tan ilustre se le presupone, como el valor al soldado‑, sino en algunos aspectos muy notables, mucho más que cualquiera de las grabaciones (escasas, deslavazadas e intermitentes) de las tres últimas décadas. Aunque solo fuera por dos piezas que figuran, simple y llanamente, entre lo mejor que el compositor y productor londinense haya rubricado nunca, incluso en sus años de gloria. Nos referimos a la perfectísima As lights fall, cantada por el propio Alan y contextualizado en una sonoridad similar a la de Eye in the sky; y Soirée fantasie, con un estribillo a tres voces, simultáneas o diferidas, que es un absoluto primor. A partir de ahí podemos pasar a las objeciones: el único instrumental, una adaptación de El aprendiz de brujo (Paul Dukas), que además abre el álbum, parece alentado solo como escaparate para la guitarra de Steve Hackett, que no para de reivindicarse como el último gran virtuoso de los años de gloria del rock progresivo. En The limelight fades away se reconcentran todos los tópicos del AOR y quizá el toque jazzístico para Requiem tampoco parece demasiado verosímil. Pero son matices, mientras que los méritos se tornan mucho más rotundos: el guiño beatle de Years of glory, que parece escrita por Lennon/McCartney, cantada por el primero y con solo de guitarra de Harrison. O la virguería autoral de One note symphony, que consigue, en efecto, desarrollo y apoteosis con solo una nota (o casi). Hasta Jason Mraz enlaza al autor de I Robot o Pyramid con el siglo XXI, y conste que no lo hace mal como voz invitada para The miracle. Nadie ganará en glamour con este disco bajo el brazo, pero los prejuicios vuelven a ser propios de mentes mediocres.