La imagen de portada nos pone el comentario en bandeja, pero no por ello vamos a reprimirnos la tentación de formularlo. Alejandro Serrano está pidiendo a gritos, en efecto, que le prestemos atención. Y sería maravilloso que así sucediera, porque pocas propuestas podremos encontrar con tanta solvencia en nuestro pop, llamémoslo así, con enjundia. Quizá el propio título de este debut en solitario, ¿Hay alguien ahí?, se refiera también, consciente o inconscientemente, a las ansias por encontrar interlocutores, a la necesidad de que se reconozca una obra de exquisitez manifiesta. Serrano lideró una banda de swing en inglés, No Reply, que conquistó algún premio y unas briznas de notoriedad por su excelencia atípica, pero que se desvaneció en poco más que un parpadeo. Su siguiente tentativa, Dummie, le alió con el estupendo batería Goiko Martínez y tampoco se tradujo en los réditos que merecía aquel debut insólito y extraordinario, Un jardinero en la Antártida. Así las cosas, estas diez canciones en nombre propio suponen, de alguna manera, una nueva primera piedra, un clamoroso a-la-tercera-va-la-vencida. Serrano prolonga ese gusto refinado que ya evidenciaba en Dummie y ahonda en la canción sofisticada, con arreglos de metales y cuerdas entrelazados con alguna inflexión jazzística. Pensemos en los Sidran (padre e hijo), en Steely Dan, en Marc Jordan: por ahí siguen yendo los tiros. Nada parecido encontraremos en el panorama peninsular, con el añadido de que el madrileño es en origen un espléndido trompetista, y eso se nota en la finura de los arreglos, en la ambición, en el empeño por no conformarse con lo obvio. Las cuerdas de La carta, por ejemplo, constituyen una preciosidad insólita, un inesperado Eleanor Rigby ibérico. Hay piezas excelentes, como la desalentada y noctámbula Lejos o la punzante Historia de un hombre gris, retrato de alguno de los muchos mediocres con los que nos cruza la vida a diario. Yerra Serrano, en cambio, cuando introduce vulgarismos en sus textos: Buena gente es un arranque estupendo con alguna frase desafortunada y La era de los mediocres debería figurar entre las grandes canciones de su autor, pero la emborrona una letra que confunde la rabia con la abierta grosería. Solo esos excesos puntuales ensombrecen un reestreno pletórico, con banda de postín y hasta el teclista David Schulthess (Morgan) echando una mano con la escritura de Ceniza. Sí, por aquí hay alguien, Alejandro. Y ojalá que sean muchos los oídos que siguen abriéndose de par en par.

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