No es el primer testimonio de talento, arrollador, que deja en formato fonográfico, pero bien podría habérsenos escapado hasta ahora el nombre de Andrew Combs. Ideal man es su cuarto trabajo de larga duración, a los que podemos sumar un par de epés, pero la buena noticia es que llegamos en el mejor momento para descubrir a uno de los talentos más embaucadores de la nueva generación de Nashville. Combs está a punto de cumplir 33 años y se presenta en portada entre tiernas tonalidades pastel y con gesto de niño bueno y guapetón, pero basta escuchar las guitarras dolientes de Dry eyes, por ejemplo, para comprender que no todo son paisajes idílicos en el riquísimo universo de este muchacho. Natural de Dallas y afincado en Nashville, por aquello de tener cerca a los grandes maestros del country, nuestro protagonista prefirió trasladarse hasta Brooklyn para registrar en el estudio del productor Sam Cohen -el mismo que ya engrandeció a Benjamin Booker o Kevin Morby- estas 11 canciones magistrales, tiernas y magistrales, en las que ya no se restringe a las referencias campestres de Townes van Zandt o Mickey Newbury. El sonido se ha vuelto más ecléctico, algunos amigos con pedigrí (Joe Henry, Dylan LeBlanc) le ayudan a rubricar varios cortes y el estado de gracia se instala en una escritura luminosa. Ahí está, por ejemplo, el caso de Firestarter, un primor en la onda Laurel Canyon que no tiene nada que envidiar a las mejores páginas de Father John Misty. O la introducción de sintetizadores vintage para Born without a clue, una pieza que habría hecho estragos en la onda media de los años setenta y otro de esos tiempos medios que hacen justicia al título del álbum. En realidad, no hay manera de justificar reproche alguno a un repertorio que habría hecho tan feliz a Nilsson como a Lee Hazlewood. Escuchen a Combs sollozar en el tema central los versos “Envidio al poeta ebrio / con los ojos ensangrentados” y, en efecto, desángrense emocionalmente con él.